Mientras redacto estas líneas escucho las hojas del viento mecerse, el trinar de algunos pájaros, el sonido que hacen las hojas del bambú que crujen al topar con la pared. Estos sonidos generan en mí una sensación de bienestar, de quietud y comodidad. Imagino que la sensación sería totalmente diferente al estar atorado en el tráfico, con el sonido de los motores de los coches y el claxon de algunos conductores desesperados. Así es como me pregunto ¿qué impacto tienen las vibraciones sonoras en nuestra biología? ¿cómo influye el sonido en nuestro cuerpo y en nuestras emociones? ¿podría ser el sonido un aliado para sanar?
Las respuestas a estas preguntas las obtuve al vivenciar recientemente un módulo de Musicoterapia Humanista en el CAE, Puebla, que desde luego quiero compartir en estos párrafos.
Desde que era pequeño, la música tuvo presencia en mi vida. Mi bisabuelo y abuelo violinistas, padre aficionado al solfeo y a diversos instrumentos musicales, sentaron las bases para que mi oído se afinara frente a las notas musicales. «¡¡Tienes buen oído!!» decía mi papá tratándome de persuadir para aprender a tocar algún instrumento. Su persuasión no tuvo efecto en aquel momento, pues decidí explorar el movimiento corporal y la psicología, sin embargo, hasta ahora es que puedo reconocer el enorme valor de la música en el terreno psicocorporal y terapéutico. Vivir la experiencia con Víctor Muñoz en el diplomado de Arteterapia, me permitió integrar de manera muy orgánica la música, los instrumentos musicales, el movimiento y conjugar estos medidores artísticos como vía para promover el bienestar, la transformación personal, liberar las emociones reprimidas y expresar libremente nuestro ser esencial.
La experiencia comenzó con el reconocimiento de las emociones básicas conjugadas en un acróstico: MATEA (miedo, alegría, tristeza, enojo y afecto). Si bien este mapa lo había revisado con anterioridad en algún taller que tomé con Miriam Muñoz sobre «sentimientos», la vinculación e integración que Víctor realizó entre los sentimientos y la música pudo fascinarme. Reconocí que, así como cada emoción tiene una función o razón de ser; por ejemplo, el enojo tiene como objetivo poner límites, la función de la tristeza es ir hacia nuestro interior; el miedo, por ejemplo, nos sirve para protegernos; comprendí también que cada emoción está asociada a una sensación física o necesidad corporal: golpear, acariciar, temblar… Si ponemos atención en la necesidad corporal, sabremos con mayor claridad cuál es la emoción y he aquí la primera respuesta a una de mis interrogantes: la música puede ser un pretexto para expresar la emoción.
Para evidenciar este descubrimiento me gustaría compartir una experiencia personal: en una de mis intervenciones, Víctor me preguntó sobre lo que le estaba pasando a mi cuerpo (mientras compartía una situación con el grupo), a lo que yo contesté “¡mis manos tiemblan!” respuesta que permitió que el facilitador asociara esa sensación con la emoción de miedo y me propuso dar un paso más; me pidió darle una vibración al miedo utilizando unas sonajas, me decía: permite que tu miedo vibre, permite que las sonajas traduzcan esa vibración en sonido, acompaña esa vibración con el sonido que surja de ti, «dale sonido a la emoción” como aprendí en algún taller con Sven Doehner. Traducir la necesidad corporal en sonido me permitió confirmar que la música es una vía para sanar.
Esta posibilidad asociativa como me gustó nombrarla, es sólo una facultad de la musicoterapia humanista; también hay otra cualidad que no es menos importante. Cada pieza musical evoca una emoción, algunas piezas musicales desencadenan tristeza, otras enojo, desprecio o cólera, convirtiendo a la música en un catalizador de emociones, pero sobre todo nos permite convertirnos en el DJ de las emociones (como lo mencionó Víctor en alguna de sus intervenciones). Este rol nos invita a proponer (sobre todo a los que nos dedicamos al acompañamiento terapéutico) ciertas melodías que potencializan la emoción, con el objetivo de focalizarla, llorarla, expresarla, gritarla, sollozarla, vibrarla, dignificarla en lugar de reprimirla o guardarla.
Concluyo entonces, que la musicoterapia tiene como objetivo «potencializar» a través de las vibraciones sonoras las emociones, y darle cabida a la necesidad corporal que éstas requieren. La musicoterapia es entonces una vía para estar mejor, para poder desarrollar asertividad emocional y ser sobre todo más inteligentes, emocionalmente hablando. En esta ocasión se utilizó la música como mediador pero la travesía que se aproxima incluye el teatro, la fotografía, el movimiento, el clown; que seguramente serán el pretexto para ir hacia las profundidades de nuestro ser. Si tú, al igual que yo te sientes atraído o atraída por el arte como una vía para sanar, el Centro de Expresión Artística en Puebla es una maravillosa opción.
Por Saúl Carro. Psicoterapeuta Gestalt