Es difícil ser niño en un mundo de adultos, más difícil aún, ser niño en un cuerpo de adulto. Atrapado y agazapado mirando entre las puertas, entre los muebles, entre los sentimientos. Escondido tras una máscara rocosa, rugosa, escabrosa. Los juguetes relegados por papeles, por citas, por llamadas, por gastos. El juego en trabajo convertido está y los dulces que un día causaron alegría, ahora, duelen en los dientes y en la sangre. La mirada de sorpresa se sorprende cuando los amigos se han marchado, cuando las pelotas han guardado.
¡La mujer que los alimentaba ahora lleva un delantal de nubes! ¿Dónde están las carcajadas, dónde la emoción, dónde la complicidad?
Cada día que pasa frente al espejo parece que una gran tormenta se acerca, posiblemente lloverá, posiblemente, te lloverá. Mira el cajón de abajo, no hace mucho asomaba la patita de peluche que en las noches de electricidad te acompañaba. Anda, anímate. No seas aguafiestas que la fiesta todavía no empieza. Recuerda, sigues aquí, y todavía dejar pasar luz entre tus pedacitos, puedo verlo.
Toma la nariz roja, esa que aunque pequeña, es la mejor máscara que has llevado, esa que te invita a la vida, esa que te cubre poco pero suficiente para dejarte volar en la imaginación. Aléjate del bullicio, toma espacio y crea en tu mundo esas posibilidades infinitas; grita, canta, baila, siente, ama. Dale una paliza al monstruo ese, cubre las miradas, cierra la bocas y sonríele a tu adulto mientras le muestras tus juguetes.
Por Isis Martz. Guadarrama