¿Cuál es la mirada que juzga nuestra posición y decide si somos libres, amados, maltratados, merecedores?
Si Ser es ser percibido entonces ¿mi Ser depende de los demás? Como sé que la vida que llevo es bien un libre microcosmos en expansión, o un a cámara más de un hormiguero que sirve a una reina que jamás conoceré. Ortega y Gasset decía: Yo soy yo y mi circunstancias, si no las salvo, no me salvo yo. Esto me hace pensar que yo acontezco al mismo tiempo que mi contexto y que no puedo juzgar mi realidad a menos que tenga casos paralelos con los cuales comparar-me.
Quizá alguien llegue algún día a mi mundo y derrumbe todas mis creencias, tache de herejías mis más sagrados hábitos, de perversión el erotismo más sublime. La nueva mirada me juzgará y tal vez yo tenga que arrepentirme de mis pecados. Pero si yo vivía feliz en mi santa ignorancia, en el paraíso pre-dicotómico, indefinido en donde yo y el entorno nos relacionábamos sin inclinar la balanza a favor del bieno del mal.
Con la vertical perdimos el carácter de ver todo como una experiencia que emerge y se desvanece, nos erguimos para sentirnos superiores, cercanos al dios de la condena y la vigilancia. Sin embargo; también nos gusta caer bajo y sentirnos como alimañas que se arrastran condenadas al sometimiento y la culpa. Nunca supimos que dividiendo el mundo en dos extremos nos volveríamos locos por nombrar, etiquetar constantemente. Cuando queremos explicar algo lo separamos, fragmentamos la vida en pequeños lapsos de interpretación que tienen o no conexión con la realidad. Dividimos el mundo para pelear entre dos bandos enfrentados y perdimos los matices de un cosmos infinito, creyéndonos mártires y santos, condenados y divinos, genios y locos.
Lo cierto es que no aceptamos el paquete completo, uno quiere siempre lo bueno y pensar que lo malo, relegado en las sombras, deja de existir, son pesadillas, dragones que no existen. Nos convertimos en esa mirada que juzga todo desde una torre altísima y erigiéndonos con complejos mesiánicos, de conquistadores, misioneros, confesores, héroes.
Pobres de nosotros mutilados, ciegos, embaucadores, enmascarados. Un resultado evolutivo que nadie se detuvo a considerar o cuestionar; salvo honrosas excepciones colectivas rodeando el fuego y discutiendo los sueños y miedos como tributo a una vida que nos enfrenta con la incertidumbre. No se cómo fue que decidimos la jerarquización de luchas por sobrevivir, cómo llegamos a dar valor a ciertas actitudes, empresas y roles que sofisticaron nuestras formas de agresión, control, sumisión, victimismo, terror.
Somos una especie que huye del miedo a toda costa, desarrollando la mente como herramienta, tecnología especializada para rechazar lo desagradable, doloroso e indeseable así como ambiciosa e insaciable en cuanto a conquistar los deseos y medios para garantizar nuestro bienestar. El bienestar es una necesidad adquirida que sólo los animales domésticos, ni siquiera los que están en cautiverio, comparten con el ser humano. Bienestar y comodidades hasta decir basta, mas ese límite no llega nunca porque hemos querido pensarnos a imagen y semejanza del cosmos en permanente expansión.
Hemos hecho un mal uso del miedo, convirtiéndonos en temerarios poco prudentes.
Relacionarnos con el temor como es debido puede abrir nuestra percepción a una nueva forma de sentir la vida que convive con la muerte en constante cambio. No sabemos atacar, huir, mimetizarnos, defendernos ni mucho menos temblar para mostrar nuestra vulnerabilidad. Atacamos cuando debemos mimetizarnos con el entorno, huimos cuando necesitamos temblar y nos defendemos cuando necesitamos ver, detenernos y usar nuestra racionalidad para comprender lo desconocido.
Cuando nos contemplo como animales atemorizados frente a la muerte inminente, entiendo la edificación de los castillos medievales, de las murallas, de los cañones y las armas. Comprendo la armadura mental, física y emocional que hemos adoptado para sobrevivir. Y por qué nuestras miradas en lugar de ser espejos, se han tornado en binoculares que quieren identificar el bien y el mal en el entorno, los lugares seguros y amenazantes, las personas inmorales y los beatos; pues dividir el mundo en dos es algo con lo que “nuestro evolucionado cerebro” puede lidiar, tres o más es multitud.
Reconocer que nuestra existencia está polarizada, siempre resulta un tema subjetivo sin embargo; es importante darnos cuenta de en qué situaciones nos identificamos con el perro de arriba: el dominante, victimario y cuándo nos identificamos con el perro de abajo: la víctima, la sumisión. Estas posiciones nos llevan a sentirnos separados, ajenos, impidiéndonos ver que, similares pasiones y errores rigen nuestros destinos, no es distinta tu herida de la mía, en el padecer hallamos la conjunción, así como también en el fondo deseamos lo mismo, lo difícil es celebrarnos en la victoria simultánea porque es extraño tener dos ganadores.
Hermanarnos sería cargar juntos las heridas, caminar juntos hacia los anhelos, respetar nuestra posición y nivel de consciencia que forma parte del entramado de la vida.
Por Mariana Salgado