No sé si fue mi personalidad o lo que le conté sobre mí, tal vez fue lo que pudo percibir en los primeros 20 minutos de conocerla, pero me hizo 3 recomendaciones; una de ellas fue el Diplomado en Arteterapia.
Esas 3 opciones fueron creciendo en mi cabeza y unidas al afán por conquistar territorios me embarque en la materialización de las 3 posibilidades. Me comuniqué con 2 de los maestros de los que me había hablado y agendamos fecha para coincidir, sólo quedaba pendiente acercar la arteterapia a Cancún, y con esa imperiosa necesidad de conquistar, materializar y querer <<más>> (de la que más adelante hablaré) marqué al número:
– ¿Guadalupe? Soy Saúl Carro de Cancún. Me hablaron del Diplomado en Arteterapia y me gustaría ver la posibilidad de traerlo a Cancún.
Ella amablemente me dijo: ¡¡primero tómalo!!
Así es que, con exigencias en la maleta y expectativas en el equipaje de mano, tomé el vuelo hacia Puebla para asistir al primer módulo con Néstor Muzo y el <<teatro>> como pretexto para dar inició a un periplo del que no imaginaba sus alcances. Éste era el primer paso de una travesía que cambiaría no sólo la forma de percibirme, sino la posibilidad de transformar mi realidad a través del arte y la manera de relacionarme con ella. Esta travesía fue el escenario para observar desde primera fila, la forma habitual de vincularme con el dinero, la pareja, los amigos, la empresa, la sexualidad, y todas y cada una de las dimensiones de las que soy parte. Confiando en el proverbio latino: “Hombre soy, nada humano me es ajeno”, comparto las vivencias como un campesino que cultiva semillas, dejando que estas puedan germinar en tierra fértil. Estas líneas pasaron de ser un requisito a un pretexto para darle forma y expresar a través de la literatura las vivencias y descubrimientos en el camino a la arteterapia. Las vivencias entonces se fueron convirtiendo en un cúmulo de historias entretejidas a lo largo del tiempo; buenas o malas, trágicas o dramáticas, intensas o sutiles.
Estás líneas me han permitido mirar más allá de la telaraña; de la confusión, del enredo, y he descubierto que cada vivencia es la oportunidad en potencia para la evolución del ser, pues nos permite (si es que nos dejamos) convertirnos en alquimistas, transformando la sombra en luz, el plomo en oro, el enredo en sabiduría.
Una de las frases que escuché al inicio de la travesía fue: «nuestro ego quiere gustar» y efectivamente, estaba ahí con mi ego queriendo gustar. Desde luego esa no era la primera vez que mi ego tenía tan afanosa tarea, sólo que aquí estaba al descubierto y en el escenario perfecto para ser observado de manera minuciosa y no había escapatoria.
Si esa primera frase no había sido suficiente, Muzo ofrendó otro buscapié preguntando ¿con qué personaje vengo a esta formación? A estas alturas y después de casi 20 años de proceso terapéutico y mi narcisismo al lado (narcicismo del que no era tan consciente en ese momento), enlisté todas y cada una de las fachadas que me pongo que, como legión fueron apareciendo a manera de lista en mi bitácora: el estudioso, el terapeuta experimentado, el empresario que estaba fichando un diplomado, el alumno sobresaliente, el inquisidor, el amigable, el apartado, el cotizado, personajes que combinaban muy bien con el módulo de teatro listos a escuchar la frase final de nuestro guía: «todos los personajes nos dan un beneficio, todos…» concluyó.
Pidió no enjuiciarlos diciendo que todo <<personaje>> trae una historia y que parte de recorrido a través del arte, era “representar” dicha historia para comprender y reencontrar a la persona escondida detrás de esas fachadas defensivas. Mirando en retrospectiva, esta fue la pieza faltante del rompecabezas de mi proceso evolutivo, si bien, muchos aprendizajes han hecho eco durante el recorrido, ha sido el descubrimiento de aquella historia que <<mis personajes>> traían a cuestas.
Este artículo continúa en la Parte 2. Leela, haciendo clic aquí.
Psic. Saúl Carro
Psicoterapeuta, especialista en Familia y Pareja.