Soy de aquellos que, casi compulsivamente, necesita que todo esté bajo control. Esta conducta compulsiva la he llevado a casi todos los aspectos de mi vida: el trabajo, la pareja, la empresa, los estudios. Soy de aquellos que, sobre todo en mi rol de estudiante, exige puntualidad, de los que asume que no es necesario un recordatorio para hacer las lecturas de la clase y menos frecuentes advertencias para entregar en tiempo y forma algo que se supone es nuestra responsabilidad. Soy de aquellos que, en mi condición de aprendiz, exige al otro que prepare su clase, lleve una metodología, un guión; de aquellos inflexibles frente a la improvisación, de los que se enfurece cuando la persona de autoridad delega su responsabilidad o peor aún ni la ejerce.
Ojalá la vida coadyuvara en mis peticiones casi patológicas y me colocara en contextos y con personas que fueran así de estructuradas, cumplidas, sistemáticas, rígidas. Pero obviamente la vida y sus misterios me situaron en una sesión con un gran maestro en el CAE, Puebla de la que me gustaría seas partícipe:
Él estaba, para mis ojos, improvisando, sin un objetivo determinado, yendo de un tema hacia otro, de una situación caótica a otra. A mitad de la clase asignó la autoridad a otros miembros del grupo y bastó ésta minúscula acción para que se derramara la gota del vaso: exploté como nunca. Me llené de rabia, sentí el cuerpo caliente, grité, lo enfrenté y con temblor en las extremidades dije que no podía más y casi de inmediato puse mi queja.
Él estaba siendo mi gran maestro pero a esas alturas aún no lo sabía. La sesión continuó y mis demonios no se detuvieron. Llegó la noche y de alguna manera eso me hizo reflexionar sobre qué de esa situación me ponía tan mal, qué piezas de ese rompecabezas embonaban con mi historia personal y ahí… cayó el 20.
Mi infancia, de alguna manera y desde mi percepción, había sido un caos. Mis padres con sus herramientas sorteaban a los 30’s la infección por VIH de su hijo menor de 6 años. Decidieron guardar el secreto y hacer como que no pasaba nada y, aunque el ambiente reflejaba otra cosa muy distinta, ambos decidieron afrontar esa situación como pudieron: evadiendo. Ese acto me obligó a asumir la responsabilidad de mí y de mis procesos emocionales. Y fue ahí en donde concluí que era yo quién debía hacerse cargo, que, sí o sí era necesario ser duro, rígido, inflexible… Era heroico <<controlar>> mis emociones y mostrar madurez frente «al suceso», aun cuando por dentro moría de miedo.
Así que ahí estaba, en clase proyectando y exigiendo a este maestro que hiciera lo que percibí que mis padres no pudieron hacer en aquel entonces. Estaba ahí como un niño de 6 años exigiéndole y a la vez rogándole al que era mi maestro, que por favor no me llevara al caos, que fuera claro con las instrucciones y que me explicara lo que estaba pasando, que se hiciera cargo de la clase y que no le dejara a alguien más la responsabilidad. De un momento a otro fui poseído por aquella parte de mí que necesitó quietud en un ambiente caótico. Me convertí en el que imploraba una mano cálida que me guiara del caos a la quietud. Y como eso no sucedió, ni en mi infancia ni en la clase, el control excesivo fue mi salvación. Trate de paliar el caos interior a través de la rigidez, de la estructura, del control. El precio a pagar era alto: renunciar a la vitalidad, a la capacidad de asombro, a la improvisación, al fluir con lo inevitable… era eso o desmoronarme bajo la creencia de que nadie me sostendría.
Él con amor, me sostuvo en sus brazos y sin decir nada, estuvo ahí presenciando mi miedo, mi frustración, mi enojo; sin engancharse y comprendiendo que eso que me pasaba no era con él sino con mi historia. Pude abrazarlo, agradecerle y compartirle el origen de mi descontento. Gracias a él pasé del caos a la quietud, del niño de 6 años al adulto de 39. Desde ese día, cada que veo a alguien con conductas compulsivas de control, me pregunto ¿qué caos tuvo que haber vivido esta persona, para encubrirlo a través de una conducta controladora?
Hoy no me queda más que decir que «era de aquellos…». Sí, de aquellos que evitaba el curso de la vida, tratando de <<controlarlo>> casi compulsivamente.
Psic. Saúl Carro
Psicoterapeuta Gestalt
Especialista en Familia y Pareja