«Quédate en casa» ha sido una de las frases más dichas en los últimos meses y para mi gusto, tiene, sin querer, una connotación terapéutica.
En esta pandemia, y bajo la instrucción de permanecer en casa, me he visto obligado a ESTAR CONMIGO, a no escapar de mí. Antes, si surgía un dejo de tristeza, un grado de temor o incluso un estado de ansiedad, bastaba con convocar a una reunión, salir de fiesta, ir al cine, algún bar para evitar o incluso olvidar esas sensaciones. Pero ahora, la consigna «quédate en casa» me obliga a mirar de cerca lo que me pasa; me obliga a ser testigo de mí. Antes de esta pandemia, mi atención estaba afuera: trabajo, metas, emprender, éxito, dinero, en una palabra, en <<tener>>; en la inercia de lo cotidiano y, en pocos meses la vida me ha puesto una tarea que al parecer era necesaria para regresar a casa, para habitarme nuevamente.
Habitarme es sinónimo de estar en mí, reiteradamente, conocerme y observarme, ser testigo y presenciar lo que me pasa con lo que siento, pienso y hago. Habitarme es convertir mi cuerpo en mi casa, en mi refugio; es cuidarme y protegerme, dignificarme y sostenerme. Habitarme es incluso observar por qué y para qué ni me observo, ni me cuido, ni me sostengo, ni me protejo, ni me miro…
Parece que más de uno en esta cuarentena extendida, nos hemos dado cuenta del exilio de nosotros mismos; «homeless», sin lugar, fuera de sí, fuera de nosotros, en total desconexión, en la inercia de ser.
Muchas veces me he escapado corriendo hacia afuera bajo la intención y pretensión de alcanzar un estatus, de cumplir expectativas, bajo el afán de conquistar un territorio, emprender un negocio, tener seguidores, buscando casi desesperadamente el éxito, una meta, creyendo casi ciegamente que al obtener o alcanzar aquel objetivo se saciará el vacío en mi interior. Y este afán compulsivo, ha sido el causante de tal exilio, de la no residencia interior, creyendo que al final del arcoíris estará la olla de oro y, he podido mirar que no es ahí donde está la riqueza y, si no es ahí ¿en dónde?
Voy reconociendo que no es que esté bien o mal ir de tras de algo, perseguir un destino, un punto de llegada. Lo que sucede es que cuando aquel acto compulsivo se convierte en el fin último, dejo de lado y olvido lo esencial de la existencia: VIVIR. Hace poco hacía la metáfora de la vida como un viaje; algunos van dormidos, empastillados, absortos en una serie o drama en sus dispositivos móviles, otros distraídos, algunos más ansiosos de la llegada, y ha sido en el recorrido donde he encontrado la posibilidad de estar fielmente en mí y conmigo.
Habitarme es vivirme de cerca.
No ha sido sencillo quedarme en casa, porque hacía mucho que no me habitaba y, para regresar a ella he requerido tiempo, persistencia, valentía, ternura, suavidad para observar y atender plenamente mis automatismos, mis conductas repetitivas, las tendencias, mis hábitos.
Ha sido el ARTE una forma sencilla, creativa para emprender el retorno a casa. El arte como pretexto para vivirme y verme de cerca, para mirarme con atención, para habitarme y ver sin juicio ni critica lo que surge de mí. Ya sea redactando un cuento, o dándome permiso de mover el cuerpo con una pieza musical o si recurro a la pintura o al dibujo para representar lo que siento, pienso y hago. Es ahí, en el proceso y no en la finalidad donde está la riqueza: «todo habla de nosotros». Lo único indispensable es querer y estar dispuestos a escucharnos, a observarnos y observar desde afuera sin ninguna pretensión, aquello que va surgiendo.
Me pregunto ¿si esta cuarentena extendida fuera una obra de arte, una danza, una obra teatral…? ¿qué se ha revelado de mí en esta situación? ¿qué voy descubriendo frente a esta crisis? ¿qué me pasa al quedarme en casa? ¿o para qué quiero salir corriendo de ella? ¿qué se revela de mí mientras me habito?
Las respuestas son la llave del permanente descubrimiento interior, del estar presente, del habitarme, del quedarme en casa por convicción y no por obligación.
Psic. Saúl Carro
Especialista en Familia y Pareja