Crecimos en una sociedad que nos enseñó a quedar bien, a asentir y obedecer, a no contestarle a la maestra, a la mamá, al papá… Vaya, a ninguna figura que pudiese representar una autoridad. Desde chiquitos nos dijeron que debíamos de respetar a los mayores, escuchar y aceptar; y si no nos lo dijeron, nos lo comprobaron con un chanclazo “por respondón”, o al menos (a los más suertudos) con una visita a la dirección de la escuela y un reporte de “mala conducta”.
Nos enseñaron a callar, en lugar de mejorar nuestro argumento. Nos silenciaron, en vez de enseñarnos estrategias para presentar nuestra opinión. Nos tacharon de ignorantes antes de cuestionarnos y obligarnos a leer y aprender más. Nos privaron del debate bajo la premisa de que éramos jóvenes e inexpertos; y cuando crecimos, nos convertimos en adultos que conservábamos este estigma en el fondo de nuestras cabezas y de nuestros corazones. Y peor, ¡lo seguimos reproduciendo!
“A tu jefe, ni le cuestiones.” “No te metas en temas de política ni de futbol.” “No hables de economía ni de religión durante la comida familiar.” “Como mujer, calladita te ves más bonita.” “La grilla no deja nada bueno”. Callar y asentir. Callar y asentir. Y es curioso porque adoctrinamos a nuestros hijos e hijas, a los alumnos y alumnas, a los jóvenes, a nuestros colegas, a nuestros amigos y amigas con una premisa que, de seguirse al pie de la letra, nos privaría de cualquier progreso o cambio como sociedad y como civilización.
¿De dónde viene esta necesidad de callar? ¿De quedar bien? Creo que es un acto de supervivencia. Si discutes, te metes en problemas con las autoridades. Y es justo por eso, que es tan importante dejar de reproducir estas ideas. Una vez leí, que mientras más fácil elimines el ego de la discusión, más fructífera será. Porque hablar con el ego es el equivalente a hablar con la pared… ¡o peor!, pues siempre estará fabricando un argumento para destrozarte y que no le quites el poder. Y entonces volvemos al paradigma: nuestra sombra es más evidente, mientras más la intentamos ocultar. En este caso, la fragilidad de una autoridad se demuestra al no aceptar confrontaciones. Mientras más líderes con esta mentalidad tengamos como sociedad, más difícil será enriquecernos y más probable será que sigamos fragmentándonos y aumentando las brechas entre nosotros.
De ahí que sea tan importante, y tan necesario, trascender esta mentalidad. Escuchar las opiniones de otras personas que piensan distinto a nosotros, silenciando al ego, nos permite crecer y ampliar nuestro juicio y nuestro conocimiento, ya sea modificándolo o fortaleciéndolo. El ejercicio del debate comienza desde temprana edad, escuchando a nuestros niños, niñas y jóvenes que tienen tanto que enseñarnos; hacerlos crecer con la confianza de decir su opinión y mostrarles que también puede ser cuestionada de manera que será necesario que la fortalezcan, la informen o la modifiquen si así lo desean.
Viene a mi memoria una frase comúnmente atribuida a Alexander Hamilton, que dice textualmente:
“If you don’t stand for something, you’ll fall for anything”.
La riqueza del inglés nos permite traducir sus palabras dos maneras. La forma metafórica nos diría: “Si no defiendes nada, terminarás defendiéndolo todo”. Mientras que la traducción más literal nos señala que “Si no te pones de pie por algo, caerás por todo.” Ambas acepciones me parecen relevantes cuando se piensan de manera conjunta. No tener los recursos para defender tus argumentos, invariablemente te hará caer, ya sea en el silencio o ser una veleta que va cambiando de gusto y de opinión sin aprender nada en el trayecto más que a sobrevivir.
Hoy, en el mundo necesitamos más líderes – públicos y privados – con trabajo personal, que se hayan enfrentado a sus sombras. Líderes que conozcan sus egos, y que reconozcan que éstos son parte de sí mismos. Creo que es nuestra responsabilidad como sociedad, desarrollarnos a conciencia para ser factores de cambio desde nuestra trinchera. De reconocernos cada uno de nosotros como líderes – de nuestras empresas o equipos de trabajo, de nuestras familias, de nuestras comunidades – y que asumamos la responsabilidad como tal de trabajar en nosotros, para que a la par sirvamos de ejemplo y seamos capaces ayudar a las próximas generaciones a saber alzar la voz, fortalecer sus argumentos y escuchar opiniones distintas a las propias.
Por M. Isabel Martínez Almazán