La crisis que hoy encierra -literalmente- al mundo, impacta el sistema económico, político, social y de salud. Va como un depredador invisible, invadiendo los rincones de nuestra cotidianidad. Se respira en las calles, en las redes y en la casa como algo que está al límite, haciendo todo lo posible por no estallar. Cada persona está, a su manera, tomando medidas para defender y cuidar su vida, así como la de quienes le rodean. Refugiados, conteniendo un virus que se propaga por la práctica simple de los vínculos y el contacto.
Esto me hizo reflexionar sobre la neurosis colectiva y cómo reproducimos, tanto en el micro como macrocosmos, las mismas acciones de defensa para conservar la vida en esta situación límite. Hemos atestiguado acciones como las compras de pánico, la xenofobia, la preocupación de muchos por el sustento económico, etc. Todas esas son actitudes de individuos acorazados que, al buscar protegerse, no sólo actúan irracionalmente, sino que sin consideración por los demás y en una total compulsión.
Al ver la poca tolerancia en tiempos de crisis en personas comunes y corrientes (que no viven precariedad) no pude sino pensar en Whilelm Reich, quien dedicó gran parte de su trabajo al análisis de las estructuras y comportamientos sociales. En su libro La función del orgasmo, describe la neurosis como
“la suma de todas las inhibiciones del placer sexual natural que en el transcurso del tiempo se han vuelto mecánicas”.
(Reich, 1973).
De una manera muy reducida y sintetizada, se puede explicar parte del carácter, como la forma en que hemos adoptado mecanismos para retener la energía expansiva que va del centro de nuestro organismo hacia el exterior. Ésta puede aparecer en forma de ternura, rabia, deseo o todo aquel impulso que nos lleve hacia afuera. Sin embargo, a modo de protección, la coraza combate estas energías expansivas con tensión y presión en sentido contrario, con expresiones de contracción, inhibición, represión que se relacionan con miedo, angustia -principalmente-, adormecimiento, anestesia, cansancio, etc. La crisis o conflicto, se manifiesta cuando estas dos fuerzas se encuentran pugnando entre sí.
Cuando Reich habla sobre el masoquismo, que se considera muchas veces relacionado con el gusto por sufrimiento, explica que tiene ver más con una alta carga de tensión que la persona por sí sola no puede liberar, sino es por algo o alguien externo. Esto sucede debido a que pretende evitar lo que paradójicamente se desea, es decir, la descarga. Hay un temor a estallar, que se vive como miedo a “disolverse”, “desaparecer”, “derretirse”. Plantea que el sufrimiento, en este caso, es un mal necesario, mientras sea posible la descarga de la tensión. Además, este sufrimiento no es un instinto biológico o natural, sino que es la consecuencia de la pérdida de la capacidad orgánica de placer; y con ella se pierde la capacidad de entrega a las sensaciones del cuerpo que buscan la expansión. Se teme entonces a la pérdida de control, como se teme a la muerte, a la enfermedad.
Reich hace una observación importante: desde el rasgo masoquista la persona coloca en un agente externo, la posibilidad de liberar la tensión o la carga excesiva de energía que lleva acumulando. Busca alcanzar un alivio que le sea proporcionado por otra persona, ya que no puede alcanzarlo por sus propios medios. Por ello, Reich veía en el masoquismo un problema central para el desarrollo de su psicología de masas, pues se percataba de que era una característica importante de una sociedad que permitiera regímenes fascistas o autoritarios:
“Millones de trabajadores sufren las más severas privaciones de toda índole, siendo dominados y explotados por unos pocos individuos que tienen el poder en sus manos. El masoquismo prospera como una maleza bajo la forma de las distintas religiones patriarcales, como ideología y práctica, ahogando todas las exigencias naturales de la vida. Mantiene a las gentes en un profundo estado de resignación humilde, frustrando sus esfuerzos por actuar en forma cooperativa y racional, haciéndolos eternamente temerosos de asumir la responsabilidad por su existencia. Ese es el obstáculo contra el cual tropiezan aun las mejores intenciones de democratizar a la sociedad.”
(Reich, 1973).
No es gratuito que este rasgo del carácter, que gran parte de los individuos tenemos en mayor o menor medida, se desarrolle durante la etapa de la infancia en la que el niño o la niña comienza a ejercer su autonomía y su expresión auténtica. Crecemos entonces -también- con este rasgo un tanto infantil, como bien ilustra Reich, como vejigas infladas con aire que no pueden reventar. La membrana de nuestro contenedor es elástica, no se rompe, sino que forma una coraza alrededor de nuestro núcleo vivo. Dice el padre de la psicoterapia corporal que, si estas vejigas pudieran expresarse, lo harían a través de quejas, buscando afuera las causas de su sufrimiento. Buscarían la forma en que el afuera lograra romper su membrana rígida que protege su centro.
A veces podemos pensar en el carácter justo desde esta mirada infantil como algo impuesto, por los padres, por la sociedad, la educación. Podemos sentir que en las profundidades nuestras laten energías muy distintas a las que logran salir a la superficie, y ¿quién no ha querido algún remedio mágico para salir de ese encierro? Algunas personas encontramos/buscamos/generamos situaciones críticas ideales para explotar y estallar, para llorar y desahogar tuberías viejas como diría Alain Vigenau. Pero, por qué esperar a ser o vivir como una vejiga hinchada buscando el sufrimiento con los alfileres si podemos repensar nuestra coraza.
En estos días en los que todo cierra, en los que el aislamiento sí es algo que viene por un mandato externo podemos observar, a ver si la cuarentena puede mostrarnos algo sobre nuestras propias corazas. Ya que la coraza rígida que vigila la periferia de nuestro cuerpo, que retiene “la vitalidad central con sus exigencias”, no es cómoda. Es una piel ajena, impuesta, o autoimpuesta desde una ceguera inconsciente, con la intención de protegernos. No es muy distinta a la que vivimos ahora para contrarrestar una pandemia.
Según Reich el individuo acorazado es aquel que no se siente bien en su propia piel, inhibido, incapaz de verse o darse cuenta de sí mismo, rodeado por murallas, sin contacto.
“Con todas sus fuerzas pugna por salir hacia el mundo, pero se encuentra amarrado. Más aún: está tan poco capacitado para afrontar las dificultades y desilusiones de la vida, y los esfuerzos por establecer contacto con ella son tan dolorosos, que prefiere retraerse dentro de sí mismo. Es decir, a la dirección funcional de hacia el mundo, fuera del yo, se opone otra dirección, lejos del mundo retorno al yo.”
(Reich, 1973)
Así que en estos momentos, lejos del mundo y de retorno a unx mismx convendría entender de qué está hecha nuestra coraza, nuestro encierro profundo. Aquí algunas preguntas que podemos explorar:
Por Mariana Salgado