Parece que, en este continuo de experiencia, frente a lo que estamos viviendo como humanidad, nos viene bien un repliegue y un espacio para mirar por partes el inmenso proceso en el que estamos. Vale la pena ver que, en el caos hay perfección.
Hace muy poco estábamos reflexionando en las etapas que se “cierran”, y muchos hacemos rituales. Nos reunimos para “cerrar” y dar inicio a un nuevo ciclo, como intentando simular que las cosas al cerrarlas se terminan. Esta experiencia nos habla de que nada se cierra, se da un paso y el continuo sigue. ¿De qué hablo? De la lucha de las mujeres y la reciente aparición del virus que se ha coronado con la atención de la humanidad, el coronavirus.
El 8 de marzo se vivió un encuentro poderosísimo, y más allá de cualquier posicionamiento político o social, quiero recalcar que el símbolo que une el espíritu humano se muestra a los ojos del espectador como algo imborrable. Miles y miles de mujeres, de todas las edades y condiciones, sociales, económicas, culturales, por fin ¡por fin! convergemos en una sola mirada. Andando los pasos de las que van al frente, coreando las frases de la que levanta su voz, apoyamos todas, se nos enchina la piel al ver tanta belleza, tanta empatía, cobijadas una con la otra, las miradas se hacen profundas, no vemos más que un espíritu que busca lo mismo: paz.
Incluso aquellas que, por condiciones particulares emplean mucha energía para hacerle saber al mundo que no se puede sostener más esta forma en la que hemos sido adoctrinados, pintan, rayan y rompen, por más que sean condenadas por algunos círculos, muy adentro podemos saber que la condena viene desde el privilegio. Y eso es algo que no se ve, pero se sabe. Y aprendemos la diferencia entre violencia, vandalismo y protesta. Y paramos las críticas.
Un día después, el 9 de marzo, un gran número decidimos parar, hacer el ejercicio de probarnos que, si seguimos desapareciendo a las mujeres, se rompen los códigos del equilibrio universal. Caos, para dar paso a un nuevo balance, una nueva forma perfecta de funcionar. En el caos no se sabe bien hacia dónde va la salida, por dónde se llega al orden, o cuál es la nueva ruta. No se sabe dónde es arriba y dónde abajo. Hay controversia, críticas, juicios, burla. Sin embargo, la lucha es más fuerte que todo aquello que intenta que el flujo se detenga. Parar para visibilizar, parar por voluntad es muy diferente a parar por obligación.
He visto arte en esas protestas. Recuerdo una vez que, Gianni nos dijo que la diferencia entre artesanía y arte es que una obra de arte tiene alma, te transmite una emoción. ¿Han visto a miles de mujeres cantando y moviéndose al unísono? Las lágrimas brotan solas. ¿Han leído los carteles que hablan del grito del corazón? Se me sale un sollozo sólo de recordar algunas. ¿Pueden ver en algunas pintas el dolor desgarrador de la pérdida, la humillación y le desesperación? Se me parte el alma en mil pedazos. El arte envuelve y rodea todo este movimiento humano, porque no sólo es de mujeres, hay muchos hombres volteando a las nuevas masculinidades, deseando desde su totalidad humana, un equilibrio y una sanación en medio de tanta inequidad. No es una guerra contra los hombres, no es una guerra de géneros, es un llamado a la totalidad del ser. Y duele, y perturba, y nos hace vibrar, y mirar con amor y con respeto.
La aparición de un virus letal en medio de todo este cambio, nos OBLIGA a dejar de tocarnos, de besarnos, de reunirnos, de mirarnos frente a frente, a los ojos, tocarnos las manos, abrazarnos. Y, una vez más, viene la perfección de los tiempos. ¿Cuándo la humanidad iba a parar, a regresar a casa, a dejar de hacer y hacer por hacer? Este es un momento único, de reencuentro, de reflexión, de priorizar, de valorar. Ojalá que, así como nos estamos organizando para sobrevivir a este virus mundial, podamos hacer consciente que esto forma parte del proceso que continúa, y nuestras acciones y nuestro proceso de darnos cuenta, se imprimen en el universo que se expande.
Nos damos cuenta cómo las acciones de unos impactan a todo el mundo. Nos damos cuenta de que, si en Italia descuidan las medidas de prevención, en el continente de al lado lo sufrimos, y entonces deseamos que allá del otro lado, puedan cuidarse, guardarse y mantenerse a salvo. Porque eso me llegará a mí también. Y así, deseando que todos podamos estar bien y a salvo, puedo yo estarlo también. ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo notarlo? El coronavirus trae puesta una corona. La corona de, por fin, reconocerme igual al otro. Y si “el otro” no está bien, yo no lo estoy. Y si “el otro” se cuida, me cuida, y si yo me cuido, cuido al “otro”.
Cuidémonos siempre, cuidemos al “otro” que soy yo misma. En este momento se pone claramente frente a nuestros ojos que la nacionalidad, preferencia sexual, condición social, cultura, religión, género, son sólo circunstanciales. El virus no pide ninguna credencial. Nos está llamando a cuidarnos, a dejar de tocarnos para dar tres pasos atrás y una vez que nos reconozcamos, nos abracemos con tal fuerza que no haya manera de que nos volvamos a desconectar.
Por Adriana Romero – De Lille.