En la sala bien iluminada de una casa de techos altos, con un hermoso candil en el centro de la sala comenzó esta historia. La sala daba paso a una habitación más pequeña que se cubría de ventanales y permitían la vista de cientos de cúpulas, tal vez mi lugar favorito del recinto. De pronto, poco a poco, como luciérnagas gemelas, desde los jardines, llegaban de par en par espejitos con brillo estelar. Más o menos unos 17 pares.
A pesar de que cada par brillaba con la misma intensidad, su tonalidad era distinta, unas azules, otras verdes y muchas otros en tonos tierra. Me encontraba con estos espejos cada vez que entraba a esta casa. Particularmente había un par al frente que dirigía a los demás. Con palabras casi mágicas, pero sin hablar mucho, nos hacía reír, actuar, jugar, llorar, bailar, pintar, cantar, soñar… Los espejos se desacomodaban y volvían a su lugar, generalmente en ronda.
Un día, buscando también la experiencia, me miré con mayor detenimiento en estos espejos. Seguro que fue en un par en especial cuando me di cuenta. ¡Me di cuenta! Pero no pensaba, ¡sentía! Hallé en el reflejo una conexión fina y al mismo tiempo intensa, que me permitió responder un poco más a las preguntas que me hacía sobre mí, mi historia, mis ideales, mis capacidades, mis dolores. A estos espejos no solo se les podía “contar cosas”, invitaban a más. A perderse un rato en su calor, que era suficiente para sentir alivio ante lo que muchas veces se decía. Era algo así como beber té caliente en una tarde lluviosa. Esa temperatura tal vez es la razón por la cual los espejos se empañaban con frecuencia.
Cada día en mi estar entre estos espejos, la imagen era menos difusa. Se aclaraba cada que en ellos buscaba mirarme, y así paso el tiempo. Y un día también lo supe, fue más bien desde una intuición que descubrí que había algo detrás de esos espejos. Como Alicia, los atravesé. Ahí se manifestaba lo genuino.
Luego brotaba como en un jardín, con acuarelas, crayones, pegamento, máscaras, música, cantos, bailes, vestuarios, papeles, textos, narices rojas, barro, improvisaciones, fotografías, etc. Una interminable mezcla de luces. De los espejos también germinaban luces. Desde ahí provenía la espontaneidad para elaborar obras de arte y puestas en escena. Era evidente la creatividad que viene desde un lugar divino, y que precisamente es como una chispa.
Con mayor conciencia, mis ojos también se convertían en espejos. En realidad, siempre lo fueron, solo que no lo notaba. De ellos también emanaba luz y se transformaba en arte. Y en este encuentro de reflejos finalmente pude mirarme en el otro con mi mirada y con mi mirada en el otro. Comprendí que este mundo es un juego de reflejos y que los descubrimientos más hondos se encuentran si se permite la entrada de la luz, la luz que dan otros espejos.
Por: Montserrat Mena Macari