La tierra, las manos, el vehículo mágico para tocar, sentir, formar, proyectar, transformar y volver a crear. El trabajo con el barro abre mundos, espacios abiertos a las formas. Moldear es una danza que surge de otra dimensión, desde el espíritu libre; casi podría decir que es un lenguaje que apaga los conceptos. Para mí, que tiendo a irme a las definiciones, a lo que es esperado, adecuado, a tratar de encajar en la imagen aceptada, el barro ha sido un gran maestro.
Fue después de mucho tiempo que supe que es una conexión con la madre, desde el punto de vista psicológico, que conecta con el origen, con lo fundamental. Es uno de los materiales que desde la historia antigua de la humanidad ha sido utilizado para simbolizar más allá del tiempo. Es un lenguaje universal.
El barro permite movimientos amplios y finos, con sutiles alteraciones por presión y dirección, tanto conscientes como inconscientes. Tiene implicaciones afectivas, creativas, de fuerza y uso de recursos a los que no se les hace muchas veces el reconocimiento y valor suficientes. El barro se puede golpear y acariciar, romper y unir, agrupar y aislar…. Probar una y mil formas nuevas, y puede volver a su forma inicial.
En una sesión de Arteterapia, con el barro como mediador, se puede acceder a un viaje muy profundo. Se puede sentir, e incluso descubrir, emociones bloqueadas. Pueden aparecer imágenes, fuerzas corporales insospechadas que, si dejamos que sigan su curso, serán de invaluable utilidad a procesos psicológicos muy valiosos.
Y aquí es donde se vuelve importante mencionar que, la presencia de un Arteterapeuta calificado puede hacer la diferencia entre, un trabajo artesanal y un trabajo terapéutico.
El acompañamiento del Arteterapeuta hará que se prepare adecuadamente el contexto, el espacio, tanto físico como mental. Lo primero es tener claro que, lo que surja, es bienvenido, para cada participante, este viaje será completamente diferente. Lo que para unos puede ser gozo inmenso y libertad, para otros puede ser el encuentro con dolor y lágrimas viejas, que se podrán simbolizar en el barro, dando lugar a una experiencia no sólo expresiva, sino transformadora.
El secreto está en centrar el cuerpo y la mente aquí y ahora, acompañar con la música adecuada o incluso el silencio, con ojos cubiertos o bien abiertos, el ritmo de voz del Arteterapeuta y la utilización de las palabras que ayuden al participante a abrir las puertas a sus mundos internos. Encontrar ese “toque” individual y único que, para el que experimenta, sea un río de intuición e instinto puros y simbolice lo que hay disponible para él o ella.
Al final, lo que queda no es una mera producción de un objeto. Durante todo el proceso, se crea un elemento vivo, que me involucra en cuerpo y alma. ESTOY ahí, en mi creación, en ese lenguaje que sólo la sensibilidad puede entender. Ese es el valor real de la obra, lo que hay de mí en ella.
“En un mundo de plástico y ruido, quiero ser de barro y de silencio”.
Eduardo Galeano.
Por Adriana Romero – De Lille