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En el caso del clown, es esta pequeña máscara roja que nos libera mágicamente del rol pesado del adulto capaz y racional. Se abre la puerta a alguien más niño, inocente, juguetón y entusiasta, alguien que vive cada momento con totalidad: es decir, totalmente presente. Hacer clown es tan poderoso, porque es convertirnos en el niño que hemos sido y que sigue viviendo en nosotros.
Cuando hice clown en el CAE, dentro de mí se despertó con toda su fuerza, un mundo perdido que estaba dormido en mis profundidades. Dentro de mí convivieron, la tristeza por la pérdida del paraíso, y la gran alegría de haber encontrado la llave de la puerta que me permitirá visitar este mundo multicolor con regularidad.
El hermano negro del clown y su contraste es el bufón. Me encanta el bufón, porque la expresión artística de la sombra siempre fue lo que más me interesó. Haciendo bufón me puedo sumergir en una deliciosa malicia, abrir la puerta al interior, y dejar salir los monstruos más despreciables para que hagan un alegre baile en el escenario. El espíritu de la rebeldía e inconformidad siempre ha sido parte de mí, e invocarlo me da una sensación de libertad máxima; misma libertad y poder de estar alejada de mi propia vulnerabilidad que encuentro cuando hago clown.
Un momento contrastante al juego del bufón, fue cuando Néstor (el profesor del teatro en la Formación de Arteterapia) me pidió actuar como ángel. Nunca me hubiera identificado con un ángel, y fue muy interesante lo que sentí al actuar como tal, y descubrir cómo este ser tan benevolente tiene relación con algunas partes de mí. Expresarse para conocerse es un juego de luz y sombras, un baile entre nuestras polaridades.
El teatro y clown me dejan expresar y tal vez exorcizar demonios culturales. Divertirme con la expresión de una exagerada “alemandad“ de orden y rigidez, gritando furiosamente, llena de indignación ante tanto desorden, hasta jugar con las máscaras que nos han impuesto, las cuales percibimos como lo más alejado de nuestro ser profundo, puede ser una gran diversión. Especialmente, el payaso nos enseña que con humor todo se hace más ligero.
Quizás no se puede estar sin máscara en la vida, pero podemos construir una que sea más autentica, más artística. ¿Qué pasaría si entendemos nuestra vida entera como una obra de arte y ponemos una gota de nuestra esencia en todo que hacemos? ¿Si todo lo que no podemos expresar directamente, lo expresamos través de un acto creativo?
La arteterapia ayuda a expandir nuestra autoimagen. Ayuda a que seamos más flexibles, más amplios, que tengamos máscaras más bellas en el gabinete (interior), más posibilidades de jugar, de expresarnos y de ser más libres. Es una posibilidad de romper a las máscaras mono-culturales, y crear y expresar la belleza que llevamos dentro: la belleza que amamos. Es una oportunidad para crear una multitud de máscaras y participar en el juego sagrado del mirar al espejo multifacético.
Por: Julia Erle