Hace tiempo, sobre un corazón oscuro unas manchas rojas y amarillas resbalaban. Por un lado, duro y áspero, por el otro, agujerado. La primera impresión del corazón al mirar a los demás fue de susto. Había plumas, pompones, hilos de colores e infinidad de materiales pachoncitos. El corazón sin felpa, endurecido, agujerado y sangrante, sintiose fuera de lugar, tanto, que comenzó a escurrirse.
Mientras lentamente su cuerpo se escurría, se hizo la tarde; y en el silencio dramático, característico del corazón, Escuchose un latido: “tum tum”, algo así como un tamborcito infantil. ¡En su centro rocoso se manifestaba la vida! De cerca, una madeja de hilos entretejida hurgaba de vez en cuando, como no queriendo, como evitando la escurridera. Miró en medio del charco multicolor, y vaya sorpresa, un piecito se movía.
¡Cada vez menos corazón quedaba y esparcido sobre el suelo reposaba!
Esa mancha parecía hervir y ante los ojos incrédulos de la madeja, comenzó a erguirse. De tono grisáceo comenzó por ser una mariposa, luego un libro, después un lápiz, una hoja, una computadora, una nube, un pez, un tambor, un zapato y cada vez más rápido cambiaba de forma. Hasta quedar nuevamente como un corazón. Al verse, corrió agitado por todo el lugar gritando desesperadamente: “¡¡¡Quedé igual, quedé igual!!!”
Tras varios minutos de maldiciones lanzó un golpe a una columna. Su pequeño puño impactó sin dolor. Abrió los ojos y golpeó nuevamente. Su mano era elástica. Comenzó a explorar su cuerpo para descubrir que sus brazos, piernas y torso se estiraban. Un gesto de sorpresa le llenó el rostro. Algo había cambiado, por fuera parecía el mismo, sin embargo, tras un doloroso recorrido adquirió flexibilidad.
El estar en ese lugar distinto, con materiales distintos le dio la oportunidad de experimentarse distinto. Finalmente se movía con libertad y ligereza.
Agradecido con el corazón duro, áspero y agujerado que un día fue, hoy contento vive por ser un corazón plástico…
Por Isis Guadarrama Mrtz.