El CAE es un lugar, un espacio, una casa, un mundo… No encuentro las palabras para definirlo, pero un día escuche que era un país, y me gustó. Imaginar que ocupo un pasaporte para entrar, porque de seguro pedirán un documento, que me entrevisten para saber si puedo ingresar, sacar el visado, y los tramites que sean necesarios.
Mi pasaporte debe tener mi foto, claro, y se me ocurre que también los sellos de los lugares en donde he estado, por donde he viajado, porque a este país no se llega con el pasaporte vacío. Sería imposible. Les cuento de mis viajes: el miedo, la vergüenza, la tristeza, la locura, la ira, el enojo y la rabia, entre muchos otros. Cada quien le puede agregar más lugares, y si no, ya irán apareciendo. Eso es seguro.
Es un país para valientes. Al menos a mí me llevó varios años atreverme a entrar, y recuerdo la primera vez que llegué al CAE. Parada ante la puerta que tiene el letrero del CAE, me detuve un rato y no sabía si cruzar ese umbral o darme media vuelta y correr para poner a salvo a mi ego. Pero me atreví, y aquí sigo.
En este país el inconsciente se vuelve muy consciente. La maleta de los recuerdos se abre y aparecen las heridas olvidadas de la infancia, esos dolores inconfesables, los recuerdos, las memorias de olores, sabores, palabras… Sólo es necesario estar atento, y allí al alcance de la mano, aparecen, y me doy cuenta de que siempre estuvieron esperándome, acechando.
El CAE es el país donde es posible sanar…si yo quiero.
Por: Mary Zamora