Uno de los aprendizajes más importantes y reveladores que recibí del CAE es descubrir que un arteterapeuta es, también, un artista en escena.
No es un trabajo premeditado, donde todo se calcula de antemano. Sí hay un bosquejo, una preparación, una planificación, pero luego, todo lo que se va dando en “escena” depende de la habilidad e intuición de ese director de orquesta que es el arteterapeuta, que va vibrando y sintiendo cómo se va gestando la obra y dónde agregar o quitar una nota, un acorde, un instrumento.
No es nada sencillo. Requiere de mucha experiencia por parte del arteterapeuta y, sobre todo, de mucho recorrido por los lugares más recónditos y sombríos de su sí mismo. Sin este autoconocimiento es muy difícil que pueda sentir plenamente al otro, que pueda transitar el juego arteterapéutico con la libertad necesaria para transgredir las reglas y crear con el dolor, con la tristeza, con el gozo, con la rabia y con la decepción, para así transformar esas emociones en algo nuevo y diferente.
La arteterapia es una experiencia viva y no un conjunto de técnicas, aunque se emplean muchas técnicas en forma de juegos que nos ayudan a activarnos, movilizar nuestros procesos internos y hacernos conscientes de nuestras emociones, sentimientos y conductas. La finalidad es facilitar que las resistencias salgan a la luz, facilitar la toma de conciencia de sí mismo y facilitar un proceso de maduración, al pasar por momentos de bloqueos o situaciones fijadas y arraigadas en el cuerpo y en la mente.
En este sentido, como dice Marina Ojeda López, el arteterapeuta debe estar alerta para no simplificar la experiencia y permitir que estas herramientas favorezcan el trabajo, sin encasillar ni limitar.
De nuevo, el trabajo personal del arteterapeuta está en ser consciente de sus recursos no sólo materiales, sino también internos para salir al encuentro de lo que emerge en cada aventura creativa, sin limitarnos a la técnica en sí.
El arteterapeuta, supuestamente, debe haber transitado su propio proceso terapéutico para poder acompañar, escuchar, entender y facilitar el camino del otro. Ha de haber transitado su propio dolor, su miedo, su vacío, para tolerar el vacío del otro, desarrollar la escucha activa y estar atento.
Un artista de la arteterapia nos puede guiar a bucear en lo ambiguo, lo indefinido, lo oscuro, lo doloroso porque ya estuvo ahí, y puede ayudarnos a renacer con más brillo. Ahí radica su arte, en crear luz donde todo parece muy sombrío, en no temer y sostener lo que pueda emerger para transformarlo desde el corazón.
Por Karina Donantueno