Entre más encontrada estaba, más perdida me sentía. Vivía en un mundo agradable y cómodo, donde el movimiento de mi cuerpo era mínimo. Yo, era apenas el inicio de un suspiro.
Al cruzar el salón para integrarme al Taller de Iniciación de Clown Esencial, apenas consciente, entré a un mundo mágico y asombroso. Alain me cobijó con su mirada y me interrogó hasta los huesos. Ese suspiro que yo era, se encontró dolorosamente con el resto de mí, con aquella parte que había dejado pendiente en algún lugar de mi vida.
Con cada actividad mi asombro y mi autodescubrimiento aumentó. Me preguntaba constantemente ¿Cómo voy a integrar todo esto? Es demasiado para mí, es un mundo conocido, pero bastante lejano. Un mundo en donde el silencio y la ternura son el más sutil y amoroso diálogo que existe entre el grupo y yo, yo y el grupo, todos y yo, yo y todos. Y también mi confesión ante cada uno. En el grupo —mi esencia, mi complemento— me sentí desnuda. Todos podían ver lo más íntimo, torpe, patético y horrible de mi ser, y a pesar de eso me sonrían, me abrazaban y me amaban. Fue como llegar a ese lugar que tenía perdido, a ese sitio donde la energía es usada para sumar, integrar, crear, perdonar, aceptar, confiar, disfrutar, reír, creer, RECUPERAR-ME y RECONOCER-ME… Mi infancia perdida.
El Clown es el encuentro con ese mundo infinito de posibilidades. Pareciera como el encuentro de otro amor, un amor verdadero que te da el pase a la vida. El encuentro con mis suspiros eternos. Con mi infancia. El instante de la vida.
Por: Iliana Marcos