Llegué al CAE porque quería ser payaso. Quería alegrar a los niños hospitalizados, y cuando vi que eso existía en Puebla, me dije: “No sé lo que tenga que hacer, pero dentro de un año, a mí me van a estar poniendo la bata de Doctora Apapacho”. Y así empieza esta historia…
Los Doctores Apapachos son una organización sin fines de lucro que se dedica a armonizar los ambientes de hospital en Puebla, un tipo Patch Adams. Yo tenía la inquietud de ayudar a niños en situación vulnerable. En aquel momento iba como voluntaria a una casa hogar y le daba de comer a los bebés, les cambiaba los pañales y los acostaba.
Vi un anuncio de un evento sin fines de lucro, invitaban los Doctores Apapachos y fui porque quería ser parte. Lo primero que hice fue apuntarme para hacer donativos recurrentes, y luego contacté a la organización para saber cómo poder ser una Doctora Apapacho y me dijeron que en ese momento no estaban reclutando pero que darían un curso de Clown Gestalt, que a lo mejor podía interesarme. Me inscribí.
Me metí a investigar quién era Néstor Muzo y me llamó mucho la atención su trabajo como payaso, actor y terapeuta Gestalt. Lamentablemente unos días después me llamaron para avisarme que se cancelaba el curso, pero me daban la opción de inscribirme a otro aún más intensivo, un curso de 3 días llamado El camino del Clown módulo 1 con otro maestro, Alain Vigneau… Acepté el cambio.
No tenía idea a qué me estaba metiendo pero la vida me estaba llevando hacia ahí, sin duda alguna. Llegué al CAE, un lugar hermoso en lo alto de la ciudad de Puebla, donde hay un silencio que te hace sentir que no estás en la ciudad, donde cambia el ambiente en el momento en que entras. Me atrevo a decir que, sin darte cuenta, al entrar te empiezas a encontrar contigo y eso puede resultar en distintas sensaciones, una de ellas, el miedo.
Atrás de un par de cortinas negras como de teatro, las personas empezaron a sentarse en círculo, todos en silencio y el maestro, Alain, esperando a que el grupo estuviera completo.
No sabía lo que iba a pasar y el miedo me empezó a invadir. Mi estómago se empezó a inflar, empecé a sentir mucha desesperación y el silencio me asustó. Suave y lentamente me empecé a deslizar hacia la salida y me escapé. Para no hacer ruido, decidí meterme en la primera puerta que encontré… ¡qué puerta!
Entré a otro mundo, una habitación llena de ropa exótica, vestidos de novia, vestidos de noche, sombreros de todo tipo, faldas, blusas, pantalones, gorros… Todo seguía en silencio, me dije “bien, lograste escapar”.
Segundos después entra alguien por la puerta “¡chin, me cacharon!”. Ella (Karla) me dice: el maestro te está esperando. Con mucha vergüenza volví al círculo.
El maestro empezó a hablar. Dio la bienvenida. Yo esperé unos minutos y volví a salir, pero ahora sí muy segura de mí misma. Salí caminando y me dirigí a la salida, vi a una mujer, Guadalupe Maurer y ella me preguntó ¿a dónde vas?, yo le dije, “no me siento bien, me tengo que ir”. Estaba dispuesta a perder mi dinero con tal de salir de ahí.
Ella me tomó de la mano y me dijo sin conocerme “tú haces esto, tú huyes, no te vayas, quédate, te aseguro que te va a servir”. No sé qué fue más fuerte, si alguien sin conocerme me dijera “tú haces esto, tú huyes”, palabras que permearon en mi cuerpo y me dejaron sin argumentos porque efectivamente, me consideraba escapista profesional… O, que me tomara fuerte de la mano y me llevara como si fuera una niña y se quedara ahí hasta asegurarse de que no me iba a escapar. El punto es que volví y me quedé en el CAE… Me quedé… Me quedé. Voy y vengo pero sigo ahí y ya han pasado casi 11 años de ese día.
Ese lugar me ha visto crecer. Me ha visto ir hacia mi niña interior, a un grado de olvidar mi adultez con miopía y astigmatismo. En ese lugar pude liberar un gran miedo y convertirme en madre. Imposible describirlo en unos pocos párrafos. Pero si quieres seguir esta historia y el CAE me lo permite, podré hace parte 2, 3 y quizá un poco más.
Para cerrar un poco con cómo llegué al CAE y no dejarte con la duda… Sí, lo logré. Un año después me pusieron mi bata de Doctora Fulgencia -lista para la emergencia-, porque aunque no soy artista, logré convertirme en niña y jugar: jugar con otros niños, sacarles algunas sonrisas y al final, en el oficio de payaso de hospital, eso es lo más importante.
Por: Emmanuelle Fuentes