Hace unos días, se celebró el Día mundial del teatro, así que no pude evitar pensar en mi relación con esta disciplina. Recordé algunas obras que hice en la primaria, donde se ofrecían talleres de danza, jazz, teatro etc. Recuerdo que me ilusionaba mucho representar personajes distintos, (me tocaron los papeles de un piano y una gitana). En mi mente fantaseaba con cómo sería mi momento en escena, lo mucho que lo disfrutaría, queriendo imitar seguramente las actuaciones o las coreografías que yo veía en la televisión. Sin embargo, en el momento de salir a escena, la sensación era opuesta a lo que imaginaba, había muchas capas entre lo que yo quería hacer (expresar y seguro también, demostrar), y lo que acontecía. A decir verdad no lo disfrutaba. Me invadían los nervios, parálisis, rigidez, distracción y al final frustración, desencanto de mí misma; y de ese mundo artístico, que significaba una belleza y actitud a la cual yo no podía acceder, desistí de las disciplinas que implicaban el cuerpo y la expresión. Me orienté más a lo gráfico y plástico, a la escritura, porque de esa manera se salvaguardaba una intimidad de mi expresión, y como decía Néstor Muzo en la presentación de su libro, podía vivir mi mundo creativo más al interior, más segura.
Hoy, de repente, veo algunas entrevistas o videos de grandes actores, directores, bailarines, «autoridades» de la escena y sigo pensando que el mundo al que acceden en sus procesos creativos, así como lo que transmiten en escena, es totalmente distinto al mundo ordinario, como si fuera uno de aquellos espacios mágicos que tiene la vida. Se me despierta esa curiosidad de saber cómo se siente llegar a esos sitios.
Diez años después, más o menos, fui al programa SAT de Claudio Naranjo, sin mucha idea de lo que iba a experimentar ahí. En las sesiones de teatro que impartía Consuelo Trujillo, experimenté el mismo asombro, la sensación de que lo que ella hacía, con gente que no nos dedicábamos a la escena, era magia. Fui testigo de escenas dramáticas, expresiones, transformaciones, representadas por los compañeros del grupo, pude recibir el impacto y la fuerza de cuando las escenas encontraban una resolución. Era entonces, compartir la intimidad creativa de mi infancia, expandida a más personas, como si efectivamente nos metiéramos todos a un mundo subterráneo en el cual todos éramos artistas.
Me doy cuenta tiempo después que lo que yo interpretaba como magia, era el efecto de mucho esfuerzo, trabajo, conocimiento, entrenamiento, sabiduría preparación y disciplina para que Consuelo, (y otros maestros que trabajan en el SAT, en el CAE) lograra(n) remover por instantes esas capas de torpeza escénica/expresiva que cada persona carga. Detrás de esa magia hay mucha historia.
También, que lo que era mágico para mí, lo era por real, vivo, orgánico. Eso desafortunadamente muchas veces se percibe como regalo exclusivo para los artistas, para los osados. Y sí, alcanzar lo auténtico y verdadero toma su tiempo, requiere su entrenamiento, flexibilidad, preparación y requiere que existan espacios y guías que sepan ayudarnos a remover lo que nos estorba para ser capaces de acceder a lo vital en el arte y en la vida.
Alto reconocimiento a todos los profesionales del arte y en especial, estos días, del teatro, también a los espacios que son matrices para sostener estas prácticas, que nos permiten acceder al arte para sabernos creativos y vivos.
Por: Mariana Salgado