Toda experiencia resulta una posibilidad de aprendizaje y, habiendo recorrido un tercio del diplomado en Arteterapia, continúan revelándose en mí aspectos que desconocía. Estos aspectos no conocidos me sirven como recordatorio de que somos seres inacabados, en proceso de construcción, en continuo desarrollo y con todo el potencial creativo para «vivir con arte» como propuso Gianni Capitani, facilitador del sexto módulo dedicado a la plástica como mediador artístico.
Pero… ¿qué es vivir con arte?
Vivir con arte es poner la creatividad al servicio de nuestra evolución personal; el arte como una vía de transformación interior; una invitación para dejar de ser nosotros (o al menos intentarlo) y renovarnos, recrearnos, darnos la oportunidad de ir de lo ordinario a lo extraordinario. El arte (y con ello la creatividad) como andamio para una transmutación de aquello que hemos «creído» ser por aquello que somos. La creatividad (más allá de lo que a veces consideramos creativo: colores, pintura, manualidades…) como una posibilidad para ejecutar cambios en nuestra vida cotidiana, en nuestras relaciones, en nuestras células, en nuestra genética, pero sobre todo para que a través de nuestro «vivir con arte» seamos agentes de cambio para promover una metamorfosis en el lugar que habitamos: el mundo.
Recuerdo una ocasión mientras impartía un taller, un participante dijo: «yo no me considero creativo», a lo que pregunté: ¿solucionas problemas y das respuestas originales a los conflictos que se te presentan? Si tu respuesta es sí, entonces eres creativo, si haces más de lo mismo frente a los obstáculos, las vicisitudes, entonces eres una réplica, una repetición. He comprendido que los seres humanos somos un cúmulo de repeticiones, una copia fiel de nuestro sistema familiar. De recién nacidos no somos capaces de satisfacer nuestras propias necesidades y por ello dependemos del vínculo para sobrevivir, vernos rechazados por la familia equivale a morir. Esta condición está adherida en nuestro ser y supone un terror general ante la posibilidad de ser excluidos, de ser rechazados. Somos por conservación una repetición de nuestro clan, de nuestra familia. La novedad es peligrosa, hacerlo distinto nos pone en un riesgo; más vale hacerlo igual. Repetimos nombres, creencias, oficios, circunstancias, destinos, etc., bajo el argumento consciente o inconsciente de pertenecer, de ser parte del clan, de la tribu, de la manada.
En el módulo nos dimos la oportunidad de reconstruir nuestro nombre; lo modificamos, jugamos con sus letras y creamos a partir de lo que ya hay, algo distinto, algo nuevo. Alguien podría preguntarse ¿Cómo es que un simple módulo de artes plásticas puede desencadenar todas estas reflexiones? Y es que las artes son una provocación, son la oportunidad de cuestionar, de observar, identificar nuestras formas «no tan originales» de responder, de actuar, de pensar incluso de sentir. Las propuestas (porque al final son eso: «pro-opuestas»; aquello que esta a favor de explorar lo opuesto), tienen como único fin el transitar de lo común y lo cotidiano hacia el permiso e incluso la obligación de transgredir las repeticiones que nos han dado seguridad, certeza, confort pero también parálisis, anquilosamiento, inmovilización.
¿Cómo podemos a través de las artes, de la creatividad, transformar nuestra vida? ¿Cómo podemos vivir con arte?
Lo que nos demos permiso de hacer en lo íntimo, nos lo permitiremos hacer en lo externo. De ahí que cada mediador propuesto por el arteterapeuta ayudará al otro a ir más allá, a observar y tomar conciencia de sus automatismos, sus hábitos, sus contracturas, sus repeticiones. La propuesta de este módulo y con la insistencia de nuestro facilitador, fue mirar a la creatividad no como hacer algo nuevo, más bien como la posibilidad de, sobre lo que hay, reestructurar, acomodar de manera distinta lo existente. Ser creativo y original no se trata sobre generar algo a partir de la nada, es más bien reconvertir lo que ya estaba; a partir de lo que tenemos realizar grandes creaciones, y cuando digo «lo que tenemos» me refiero a nosotros mismos, incluida nuestra historia, nuestra percepción, nuestros recuerdos, nuestros pensamientos, nuestras emociones: la comunión de lo viejo con lo nuevo. Si bien el proceso creativo a menudo implica crear algo, la riqueza estará en la oportunidad para re-crearnos, rehacernos, reconstruirnos.
Curiosamente encontré el documental «The creative brain» que me ayudó a integrar más aspectos de la experiencia en el CAE, Puebla. David Eagleman en su propuesta, explora formas de estimular la creatividad que incluyen:
1. Intentar algo nuevo, aprender una nueva habilidad.
2. Ir más allá de los límites, explorar el mundo de posibilidades.
3. No temerle al fracaso. Es más, usarlo como medio para el éxito.
David Eagleman, The creative brain
Pero no basta con imaginar, es necesario actuar, el reto es aplicar y experimentar. La familia puede ser una trampa o un tesoro, se convierte en tesoro cuando permitimos que el conocimiento, las experiencias, las historias de los que estuvieron antes de nosotros, le den forma a lo que hacemos, pero no como solución neurótica, guiados por el miedo a la exclusión o como una pertenencia forzada, sino como referentes, como fuentes de inspiración, para hacerlo diferente, distinto, a nuestro modo y así entregarle a nuestras creaciones nuestra esencia, un toque de originalidad, de novedad; atrevernos a ofrecerle al mundo algo que no haya existido antes: -nuestro cambio-, puesto que el cambio del mundo sólo es un eco de nuestro cambio.
Por Psic. Saúl Carro