Hoy sentí el peso de los casi 10 meses que llevamos conviviendo con la pandemia. He pasado de todo, desde la incredulidad temeraria hasta el pánico que nace desde el centro de mi corazón que teme por mí y las personas cercanas. Y es que una de las cosas que están en juego, es el riesgo que implica la presencia, el contacto… situaciones que antes se daban por sentadas, como el compartir una bebida, los espacios colectivos como el transporte, los restaurantes y aquellos donde individuos se reúnen a danzar juntas, para recordar nuestro ser gregario, ya sea en una fiesta o en algún taller, clase o encuentro, donde el objetivo es el recorrido y la exploración de la potencialidad del cuerpo en el movimiento, en su sensibilidad, y su expresión para contactar consigo mismo y con otros cuerpos. Aquí me detengo para reconocer que de las cosas que más extraño, y ahora considero lejanas, es el bailar en grupo, saber que los cuerpos que me rodean están moviéndose, y liberándose a través de fluidos abstractos, algunos bastante concretos. Sin embargo, en ese tiempo aquellos fluidos no significaban alguna amenaza, eran alegoría de las gotas que forman parte del proceso de destilación, que gota a gota expele toxinas y dolores añejos, alegrías estancadas, embriagando con los vapores de la respiración a quienes nos entregamos a la danza.
La danza fue por mucho tiempo desde hace unos años, el espacio al que acudía para disfrutar, distraerme, descargar, sentir, llorar acompañada sin ser vista, ahora veo esos momentos distantes. Y no me duele, sólo pesa no tener esos espacios y ese flujo que ahora encuentra límites y restricción, gracias a estas restricciones, como enseña uno de mis maestros, se puede alcanzar el movimiento que en verdad surja de la necesidad más conectada al núcleo, con la fuerza de quien rompe cadenas; sin embargo, esta libertad que se busca y que resulta de romper la restricción es, pocas veces, la rebeldía de evadir las prohibiciones y escapar de las limitantes más superficiales. Es un movimiento íntimo, interno e invisible, que integra la imposibilidad, reconoce la impotencia y hace de eso leña para el fuego purificador de lo que quiere liberarse desde el fondo de la caverna.
Por ello reconozco que ahora no puedo danzar (en colectivo, en una fiesta, en un concierto) cuando buscar espacios para danzar ahora, implica ignorar que lo hago desde un privilegio inaccesible para mucha gente alrededor del mundo, mi danza no sería entonces de inclusión sino de separación. Tampoco quiero danzar porque se le añadirían elementos de riesgo y miedo, que no quisiera ignorar y tampoco integrarles como parte de esta práctica. Evitaré en concreto, ir a lugares en donde mi disfrute en la danza no sea una evasión disfrazada de libertad, porque llegar al movimiento a través de un camino estrecho transitado por pocos, no es un camino de disfrute sino un sendero de ilusión, en el que yo sigo conservando mis espacios de disfrute a costa de que otros sufran el doble de restricciones, o las consecuencias graves del incumplimiento generalizado de éstas.
Estos meses han sido sobre todo, tiempos de renuncia y espera, restricción forzada, generalizada y transitoria, al principio no lo entendía, ahora poco a poco entiendo que lo que nos ha llevado hasta este punto, es también, nuestras fallas en integrar los momentos de escasez, de limitación y de impotencia, esta tendencia a estar constantemente brincando muros para defender un progreso y una actividad que no tiene límites ni descanso porque nosotros seguimos manteniendo el ritmo acelerado de nuestras culturas. Quizá en estos momentos la invitación también sea hacia movimientos internos, danzas sutiles que no impliquen tanto consumo, tanto afuera, tanto traslado, tanta exposición. Ojalá pueda encontrar otros caminos hacia la danza, reconfigurar, para que cuando llegue el momento en que esos espacios se abran, llegar con esos caminos trazados en el núcleo, en los deseos y significantes de ese espacio. Y así también invitaría a pensar otras presencias, placeres y prácticas a los que hemos tenido que renunciar.
Por Mariana Salgado