Es tal vez desde la misma concepción donde comenzamos a movernos con un ritmo, allá donde el óvulo y el espermatozoide mueven sus acuosidades impulsados por las peristalsis del deseo, del amor, de la unión, de la necesidad de carne. Movimientos de contracción y expansión para arrojar un fruto, millones de células colaborando. Allá en la profundidad las vibraciones contactan el ser a través del cordón umbilical; el mismo lugar alimentando, latiendo, oxigenando y sensibilizando.
Aquella primera frontera de contacto epitelial es una percusión que marca el ritmo del corazón, de la respiración, de la circulación, de la hominización. Un pequeño cuerpo eclosionando continuamente, expandiéndose, construyendo sus propias notas en el pentagrama existencial.
¡Mamá tiene una orquesta!
El nuevo integrante desde dentro siente el chirrido de las cuerdas, el pitido de la flauta, las arritmias del pandero, el desafinado estado emocional en el que ocasionalmente, mamá compone sus piezas musicales.
Una flauta transversal que vino ayer sostuvo una pieza de terror ¡qué manera de meterse sin pedir permiso y mamá con las cuerdas apretadas! Han llegado un chelo y un trombón. Mamá está suave, colorida, ondulante. Las notas de esos instrumentos la embellecen, de pronto una carcajada entre sus cuerdas se abre paso, los abraza y el saco en que estoy florece. Puedo nadar aquí dentro, suspenderme, latir quedito. Esa su conversación en notas bajas me arrulla, transcurre lejana.
Repentinamente unas sacudidas me hacen abrir los ojos, esos sonidos son de la marimba y los timbales. Con su ritmo marcan movimientos cortos que sacuden mis pies, caderas, hombros. Siento a mamá moverse de un lado a otro, su ritmo es lento, no se detiene, hay erizos dentro de mi saco, aparecieron cuando escuché a papá. No puedo ver sus golpes recortados, sin embargo, los siento.
Allí afuera hay una sinfonía de chelo, trombón, guitarra flamenca, marimba, timbales y djembe que aumenta el latido de mamá. Unos movimientos extraños me succionan, mi saco empieza a desinflarse, algo pasa, todos suenan diferente. Están desafinados, apresurados, todo es oscuro hasta que puedo abrir los ojos y encontrarme con un piano de cola sosteniéndome entre sus teclas. Alrededor, un saxofón, un acordeón y mi mamá recostada mirándome con las cuerdas flojas. Me acercan a su diapasón. ¡Felicidades ha tenido un arpa! Encienden una luz naranja en el pasillo y los timbales retumban. Mamá me toca con cuidado, pide mi estuche nuevo y me recuesta cerca de ella.
Los protoritmos han evolucionado a ritmos propios, un arpa que ya lo era en el interior emerge para aprender a estar en la orquesta de la vida.
Escrito por: Isis Martínez Guadarrama
Inspirado en: Taller de Musicoterapia Humanista
Facilitador: Víctor Muñoz Polit