Es mi segundo taller con Alain dentro del módulo Humor, creatividad y niña interior en el ciclo internacional Mundo en Movimiento 2.
En esta ocasión, Alain me vuelve a regalar una oportunidad de revisar a qué llamo yo creatividad y cómo fue que la fui arrinconando. Esta indagación es posible gracias al ambiente de cuidado, confianza y respeto que Alain construye en el grupo, ambiente de acogida en el que se suceden testimonios personales cargados de verdad, sinceridad, emoción que despiertan en mí recuerdos de infancia.
Cada testimonio, cada escena con la que resueno me trae un poco más de conciencia sobre cómo fue que fui construyendo los obstáculos que se interponen en mi reconexión con mi creatividad y el humor.
El obstáculo que ha aparecido ahora tiene que ver con la educación que recibí en el colegio de monjas al que asistí en mi infancia. Uno de esos colegios de los años 60 en los que no importaba si era o no significativo para ti lo que tenías que aprender, el dispositivo escolar estaba al servicio de que aprendieras a obedecer y acatar lo que debías estudiar sin cuestionamiento ninguno. Era un escenario gris y pesado en el que se ensalzaba la obediencia al tiempo que expulsaba el entusiasmo.
Ajena a este engranaje de adiestramiento, yo que quería ser una buena alumna según los cánones establecidos, así que me esforzaba por obtener los puntos de comportamiento y aplicación necesarios para estar en el cuadro de honor. Mi niña creía que no podía ser de otro modo si quería contribuir a mantener la alegría y sonrisa de mi madre, mujer muy alegre de amplia carcajada que gritaba a los cuatro vientos lo orgullosa que estaba por lo obediente, estudiosa y buena hija que yo era.
He recordado las clases de caligrafía en las que tenía que copiar un modelo de letra sin salirme de las líneas que marcaban los límites. En ese copiar modelos sin salirme de los límites marcados se iba estrechando mi mundo infantil y mi creatividad. Cuanto mejor copiaba y mejor repetía la lección, mejores calificaciones obtenía y más cerca estaba de cumplir mi ansiado objetivo: permanecer en el cuadro de honor. En este contexto de adiestramiento y domesticación escolar no sentía la creatividad como algo mío, tampoco la echaba de menos. Lo valorado era ser obediente y estudiosa, y yo me esforzaba en serlo.
En el taller de Alain sobre el humor, al compartir los testimonios en mi pequeño grupo zoom de tres personas, me di cuenta de que en el colegio aprendí a negar mi risa espontánea. Hice mía la idea de que reír en clase, en la iglesia, en los pasillos -además de ser una falta de respeto-, era de gente mal educada, poco sería. Así que si la risa brotaba en mí de forma espontánea llegaba a sentirme culpable de reír. La risa estaba sancionada porque amenazaba con agrietar el sentido de la disciplina y el orden establecido ¿Puede una niña sentir culpa por reír de forma espontánea? ¿No será que la educación estaba y está enferma de santa seriedad?
Aquí estoy, en el CAE, conociendo un poco mejor las trabas que me limitan en mi espontaneidad, mi creatividad y mi sentido del humor.
Gracias CAE, gracias Alain, gracias grupo.
Ana Macazaga