«Es importante recuperar el amor a uno mismo, que con esa recuperación, viene todo lo otro»
Siempre he creído que existen dos tipos de personas:
A) Quienes sienten que la vida les debe algo.
B) Quienes están agradecidos con la vida.
Yo elegí la opción B). Por ello, tras la llegada del COVID-19, Señor Omnipotente que habita entre nosotras y nosotros, comencé un proceso de aprendizaje en torno a mis decisiones tomadas conscientemente. Las opciones eran:
A) Deprimirme, culpar a otras personas y detener mi vida en torno a la pandemia.
B) Adaptarme y trabajar mi resiliencia, tomando la situación como una oportunidad.
Me decidí por la opción B). Comencé a trabajar hábitos, descansar, mejorar mi salud, trabajar en mí misma. Obviamente, llegaron circunstancias inesperadas, como: la cancelación de una boda, cambios de empleo, cambio de casa, problemas en la relación de pareja, la decisión tras 2 años de vida en pareja de habitar cada uno en espacios independientes, rompimiento de la relación, generación de acuerdos, intentar rescatar la relación de pareja, incumplimientos de acuerdos, rompimiento de una relación, y finalmente, corazones rotos.
Nuevamente aparecen dos opciones en mi vida:
A) Ser la víctima.
B) Ser responsable.
Decidí nuevamente B). Comencé por cambiar el discurso de víctima que solía creerme día a día y elegí ser la responsable de mi felicidad. Entonces, decidí soltar poco a poco, soltar y soltar.
Comencé limpiando mi closet. Conservé de todas mis prendas, lo equivalente a 3 cajones y 8 pares de zapatos. Después, me deshice de todas las cosas que no ocupaba ya, que estaban en mi casa y que de verdad no tenían ningún uso. Regalé ropa, regalé libros, eliminé innecesarios. También decidí cambiar el contenido de mi alacena y refrigerador, eliminé alimentos que me hacen daño, esos que nos encantan tanto, pero que realmente no aportan nada a nuestra salud.
El segundo paso, fue darle un lugar a las cosas que habitan mi casa y organizar mi tiempo. Comenzar a utilizar los lugares para lo que son, por ejemplo: comer en el comedor, trabajar en el estudio, dormir en la habitación, ejercitarme en el lugar destinado a ello. Asimismo, decorar mi casa a mi gusto: llenar de colores, organizar y darle a cada cosa su sitio.
El tercer paso fue: «Dejar todo mejor que como lo encontré». Es decir, levantarme y desarrollar el hábito de la limpieza consciente; si ocupo algo, lo devuelvo a su lugar, si ensucio, limpio; si algo se acaba, lo repongo, etc.
Comencé entonces a hacer hábitos y a darle un tiempo a cada actividad, un tiempo para despertar, meditar y mi autocuidado, otro tiempo para la preparación de los alimentos, otro tiempo para la limpieza del hogar, otro tiempo para mi recreación, otro tiempo para ejercitarme, otro tiempo para mi trabajo y tiempos para mi descanso. Proseguí haciendo listas, y tratar de repetir todo de forma disciplinada.
Continúa leyendo en la parte dos…
Por Mónica Rodríguez Cortés