«Vivimos en una ficción…»
fue una de las frases que compartió Néstor Muzo en el décimo módulo del Diplomado de Arteterapia. La conclusión fue que, si todos vivimos una ficción, entonces vamos por la vida asumiendo y representando una situación que es producto de nuestra imaginación. Así fue como recordé lo que un maestro dijo:
«ten cuidado con los cuentos que te cuentas».
Pero, ¿a qué se refería este maestro al predicar esta frase?
Creo tener un poco más de conciencia de los dramas de los cuales, en ocasiones, soy protagonista en la vida «real». Pero, no fue hasta que escuché la frase
«y nos creemos tanto esa ficción, que luego hacemos que se convierta en realidad»
que pude evocar el concepto de profecía autocumplida. En este, R. Merton afirma que uno se crea historias erróneas sobre alguna situación (generalmente catastróficas) y debido a la insistencia mental, terminamos creyendo en esa profecía irracional hasta que se cumple. Finalmente nos convertimos en testigos de aquello que más temíamos. ¿Acaso esto no te suena familiar?
Por ejemplo, por un tiempo había vivido bajo la ficción, o mejor dicho, me había estado contando el cuento de que era muy bueno, que era mejor que los demás y que tenía tantos talentos que era casi una pieza inmejorable. Seguramente en algún momento de mi infancia concluí que siendo el mejor, mis padres podrían darme más atención y por lo tanto más amor; «si soy el más bueno, no habrá pretexto para que no me quieran». Así es que me dispuse a entrar al juego, sin saber que más adelante terminaría perdiendo. Pues el riesgo de esa ficción (y de las otras que luego me cuento) es vivir desde esa errónea realidad, endurecerme y con ello opacar mi autenticidad.
Y, no es que esa descripción sea falsa, sólo que al vivirme desde esa reducida realidad (que es el producto una conclusión infantil errónea), no es posible mirar el polo opuesto: no lo sé todo (vaya arrogancia creerlo), hay mejores que yo, en ocasiones no soy tan «buenito» y que habrá mucha gente que no me ame (¿por qué habría de amarme?).
Otro de los efectos que pude notar de esta ficción, y con bastante dolor, es que al actuar desde este personaje, me aleje de lo esencial, creando definiciones erróneas de mí. Además, con este comportamiento insistía, y a veces todavía insisto, en que los otros (pareja, amigos, colegas, familiares, colaboradores) me crean tan buena actuación. Invierto mucha energía, tiempo, dinero para mantener esa apariencia; dijera mi terapeuta, «el personaje te sale bastante caro». Lo menos alentador es que el efecto que esa imagen tenía para con mis relaciones más cercanas era de completa desvalorización, y al final las personas a las que más quería terminaban por notarlo. Entonces, finalmente se cumplía aquello que más temía: que se alejaran de mí y que dejaran de quererme.
Hoy soy más consciente de ese aspecto. Mi proceso personal y también la actividad profesional me han enseñado que creamos esas ficciones porque nuestra realidad infantil fue tan difícil que nos vimos en la necesidad de crear una realidad menos dolorosa. Es ahí donde se configura una defensa creativa. Cada uno de nosotros crea una distorsión de sí; exacerbando la cualidad que creemos nos ayudará: el amor, el control, la vanidad, el sufrimiento, la evasión, el miedo, el poder, la complacencia entre otras tantas cualidades aumentadas. Al final, ese disfraz termina por separarnos de la realidad, nuestra realidad.
De ahí que, si en la vida me he contado cuentos, ¿por qué no contarme cuentos más saludables, más alentadores? Cuentos que coadyuven a mi desarrollo, a mi evolución, que me permitan soltar las viejas historias enraizadas y tomar escenarios más alentadores. He aprendido y experimentado gracias a Alejandro y a Cristóbal Jodorowsky la psicomagia; un arte que se vale de símbolos y metáforas prescribiendo un acto teatral sanador. Con Marianne Costa aprendí sobre las ficciones para sanar; actos teatrales sanadores. Al estudiar constelaciones familiares constaté que al poner afuera el conflicto o enredo, el consultante se puede distanciar de la problemática y comenzar a mirar nuevas soluciones.
Hoy veo con agrado y ratifico que el teatro es, y había sido para mí, una vía para sanar (aún sin tener conciencia de ello). El teatro como mediador artístico, nos invita a darnos cuenta de las ficciones en las que nos vivimos y ahí, cuando nos damos el permiso de distanciarnos, cuando vemos la tormenta fuera del vaso, justo ahí comienza el cambio. Por ello me invito y te invito a contarnos otras historias, historias que colaboren con nuestra evolución personal, espiritual y cósmica.
Y tú ¿qué cuentos te sigues contando?
Psic. Saúl Carro
Psicoterapeuta Gestalt. Especialista en Pareja y Familia.