No tienes idea de todo lo que puede suceder en un sólo módulo de la Formación en Arteterapia impartida por Conciencia y Artes Escénicas en Puebla. Como siempre, un buen «pretexto» nos reunió. De hecho, fue uno de los mediadores artísticos que más me llamó la atención cuando recién revise el plan de estudios del Diplomado: la fotografía. Y es que, después de leer el libro de Fina Sanz llamado «fotobiografía» me había hecho un panorama muy alentador respecto al efecto que podrían tener las fotos en el terreno terapéutico.
Con éste antecedente, y lleno de emoción y de «muchas expectativas» me dispuse a disfrutar de la sesión. Entrecomillo -muchas expectativas- porque, una vez más, comprendí que las expectativas estorban: nos obligan a mantener la atención en algo tan esperado que limitan la posibilidad de mirar lo inesperado; y es ahí en lo inesperado, lo imprevisto, lo fortuito que surgen los grandes aprendizajes. Esto me recuerda la frase de Einstein
«si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo».
Sin embargo mi experiencia me lleva a confirmar que muchas veces hacemos más de lo mismo. Nos repetimos. Somos una réplica, no consciente, de hábitos y conductas (formas de pensar, sentir y actuar) y nos olvidamos de lo novedoso esperando tener resultados diferentes.
En cierto sentido, somos semejantes a esos trozos de papel capturados por una lente en un tiempo y un espacio a los que llamamos -fotos- y, así estáticos, sin movimiento, «intentamos» vivir la vida. Peor aún, hacemos con nosotros lo mismo que con las fotos (gracias a los avances de la tecnología), nos llenamos de filtros para aparentar, para parecer más lindos, más atractivos, pero en realidad es más de lo mismo: decorar, maquillar, editar lo esencial como mecanismo de protección. ¿Cuántas veces no hemos aparentado para no salir lastimados o lastimadas, o para intentar ser vistos, o ser amados? ¿Cuántas veces no hemos «posado» y mantenido esa pose con tal de vernos guapos o guapas, buenos o buenas, inteligentes, amables o espectaculares?
Un acento italiano se escuchó: «saquen sus fotografías». Recordé algunas ideas previas: las fotos son trozos de nuestra vida, son instantes. Así es que frente a esa consigna comprendí que, más allá de extraer de nuestras mochilas pedazos de papel fotográfico, en realidad comenzábamos a mostrar, a poner en evidencia parte de nuestra vida a través de pequeños trozos indefensos para darle cabida a las múltiples cualidades que encierra una fotografía: evocar memorias, sensaciones, momentos. A partir de ahí empezamos a tejer historias; historias que revelaron (o al menos para los que nos dejamos y estuvimos listos) aquello que se quedó detenido, escondido en el transcurso de nuestra historia. Fue así como descubrí que por años había vivido bajo una «imagen deseable», una apariencia congelada y estática, con tal de ser amado y aceptado.
«Volteen sus fotografías, elijan una al azar, cuenten una historia de ella y dejen que el otro haga una interpretación». Fueron algunos de los ejercicios que, bajo sencillas instrucciones, llegaron golpeteando como una ola enorme, con una fuerza inusual, con gran violencia, acarreando toda la potencia contra la construida e intacta pseudo-personalidad que se había estructurando en mí por algunos años, con matices de «rectitud y superioridad». Gracias a éste mediador se desbordaron cuestionamientos sobre aquello que hasta ahora había aparentado.
Gracias a la unión de fragmentos de mi historia, pude poner afuera lo que no me atrevía a mirar adentro, y en un acto de honestidad y humildad, reconstruirme y renovarme. No ha sido fácil. Incluso ha sido doloroso, pero empiezo a mirar las ventajas y una de ellas ha sido salir del autoengaño. La travesía es para los valientes, aquellos que nos dejamos arrastrar por indefensas propuestas, como la de tener una cámara grabándonos, con un coro formado por compañeros de viaje a nuestra espalda que repiten como periquillo lo que sale de nuestra boca para evidenciar las interpretaciones ejecutadas día a día y tomar conciencia de ellas.
Éste acto de valentía fue como mirar desde primera fila el diálogo interno. Continúo aprendiendo que, así como las fotografías, corremos el riesgo de quedarnos congelados, estáticos, inmóviles, estancados en la misma escena, en el mismo repertorio, en el mismo drama.
«Es como insistir en mantener el paraguas abierto cuando ha dejado de llover»
dijo Gianni Capitani quién nos guió en éstas extrañas pero acertadas experiencias. Así funcionan nuestros mecanismos defensivos, ya pasada la tormenta, persistimos en mantener el impermeable puesto para no mojarnos.
Alguna vez escuché que sin luz, no habría fotografía, que la fotografía es luz. Hoy puedo confirmar que gracias a esa luz, puedo iluminar aspectos de mí que se habían quedado estáticos, sin movimiento y que habían limitado mi libre transitar. Comprendí que me había vivido «como un trozo de papel detenido en el tiempo». Entonces, ¿qué nos queda? ¿cuál es la solución a este enredo? Enfocar, hacerle un acercamiento a aquellos aspectos poco nítidos y darles luz. ¿Para qué? Para revelar lo esencial de nosotros.
Por: Psic. Saúl Carro
Psicoterapeuta Gestalt, Familiar y de Pareja.