“Los artistas somos hijos del dolor”, dice Alain Vigneau, un gran maestro y Clown. Me puse a pensar sobre esta frase desde mi faceta profesional, como psicoterapeuta. Básicamente lo relacioné con una de las estrategias que los seres humanos solemos utilizar y que hace referencia a la creatividad, y mucha de ella, por supuesto en el quehacer del artista o de lo relacionado con el arte.
“Sublimación”, es el término académico para hablar de esta estrategia humana que permite poner fuera de uno mismo los conflictos interiores, y sobre todo aquellos que forman parte de nuestro lado oscuro transformándolos en un elemento más manejable para nuestra vida cotidiana.
En efecto, como lo dice el psiquiatra Jean Pierre Klein,
“…la expresión del síntoma ya es parte de la curación”
(entendiendo por síntoma, cualquier malestar, incluso emocional), y esto lo sabemos cuando se experimenta mayor tranquilidad o liberación con sólo hablar de los propios problemas con alguien más. Otra manera de expresar está en el lenguaje del arte en todos sus mediadores; escritura, música, plástica, danza, teatro, etc. Y la combinación de ellos.
A partir de mi experiencia, dentro de la psicoterapia, noto constantemente que hay incapacidad para expresar en general lo que se siente y los motivos a esto son muchos, desde aspectos orgánicos hasta socioculturales. Sin embargo, mientras nos ocupamos de explicarlo para todos y en lo particular a cada caso, hay muchas personas que buscan una solución a sus malestares emocionales urgentemente, y es obvio, en ese momento están sufriendo.
Tras algunas sesiones con mediación artística, en una cartulina con rayones negros, grises y rojos, D (seudónimo), un adolescente de 13 años dijo “Me doy cuenta de que el monstruo que dibujé, está dentro de mí y ya no es tan malo”. Esta conclusión, la dio tras varias sesiones de no poder hablar sobre un gran enojo, o más bien, no poder nombrarlo, pero su representación gráfica expresaba mucho más, y sobre todo le era útil a él, pues ahora tenía enfrente ese monstruo que le hacia tener ganas de romper cosas y esconderlas.
La sesión posterior, probé con D ponerle una voz a ese monstruo y hacerlo hablar. La estrategia de “decir sin decir”, únicamente con sonidos que asemejaban gruñidos de feroces animales. Eso fue lo que finalmente hizo sacar parte de su enojo.
Recuerdo también que en mi primera sesión con D cuando le hablé del uso del arte dentro de la terapia, se resistió y me dijo, que no lo iba a hacer bien y que no era un artista. Y esto es típico ante las propuestas de arteterapia. La mayoría de las veces frente a este trabajo surge el juicio; mal o bien hecho, feo o bonito. Sin embargo, es importante que quede claro que los cánones aprendidos en las escuelas de arte, sobran. Es el contacto con las propias emociones y el reconocimiento de este mecanismo, que los psicólogos llamamos sublimación, que se puede echar a andar una estrategia valiosa para el trabajo emocional.
Retomando la frase de Alain y a partir de esta y otras experiencias, es verdad que no todos somos artistas, pero sí todos, en algún momento hemos sentido dolor. Y ese dolor tal vez sea impulso para hacer arte.
Por: Montserrat Mena