El camino de autoconocimiento a través del arte ha significado para mí, una pieza fundamental en la ruta de transformación que buscaba. A través del cuerpo he danzado mi sensualidad, la pintura y escultura han dado forma y volumen a mis autojuicios y cabida a la autoaceptación. La música ha abierto las puertas a mis mundos internos y me ha ayudado a zambullirme en las interminables posibilidades de experimentar mi existencia; el teatro, me ha abierto a la integración de mi sombra, a través de proyectarme en los personajes y de atreverme, arriesgarme; el clown ha abrazado amorosamente a mi niña interior, a mi torpeza y mi miedo al ridículo. La escritura ha plasmado mis dolores con una sutileza poética y le ha dado cauce a mis brazos de dimensiones universales. Cada uno de los mediadores, me han completado en pequeñas dosis. No puedo sentirme más agradecida, y por eso quiero compartirlo contigo, con todos…
Vivo la Arteterapia como un proceso terapéutico, de creación y profundización genuina y con la mirada puesta en mi ser más auténtico, a través del arte puedo expresar mis más ocultos asuntos pendientes, heridas y aspectos de mí misma que desconozco y pueden estar obstaculizando mi plenitud. Pero no sólo es un medio de expresión, los mediadores artísticos tienen la capacidad de la transformación.
Al principio son nobles vehículos que, sin juicio y sin notificación, le dan un lugar a todo aquello que yo no he podido ver, nombrar o mirar; ya sea porque dolía demasiado, por vergüenza, por miedo, o porque mi alma lo ha resguardado valientemente, esperando a que yo estuviera lista, y tuviera la fuerza de ir a ello.
Y justo después de notarlo, tengo el enorme privilegio de ponerlo fuera, ya sea dejando que la danza sea la lluvia que caiga sobre mi cuerpo… o puedo crear una pintura con los ojos de mi alma y las manos de mi instinto… puedo amar y arriesgarme a reír y contarlo todo desde la pureza de mi niña, rugiendo y soltando, perdonándome y abrazando mi vacío… escribirlo, soñar dejando que la libertad me guíe, que sea la mano misma la que se escriba sola. Volando alto, enfocándome en lo real, lo espontáneo, lo visible, quitando de en medio lo que se defiende. Quitándome de en medio.
Y a partir de allí, surge la magia: al verlo, puedo hacer algo con ello, puedo transformarlo, como la danza misma se va creando con cada latir de mis células sabias, o la pintura convierte un bosque en un bouquet de flores. El barro me muestra su flexibilidad, y me permite crecer, reagruparme, estirarme o envolverme, todo es posible. Mis textos pueden tener mil y un finales diferentes, incluso, pueden dar nacimiento a nuevas historias y abrir nuevos capítulos, y cerrar aquellos que necesitan concluir. Mis personajes teatrales pueden tener voces, cuerpos, escenarios infinitos para poder ir allí: a la transformación, guiada por mi verdad actual, mi necesidad real, mi ser integrado.
Nada es casualidad, todo lo que sucede cuando me implico y me entrego al vacío fértil, tiene consigo el regalo de la transformación: paso a pasito, gota a gota. Igual que las grandes obras maestras se han convertido en íconos para la humanidad, el proceso de transformación de la mano de los mediadores artísticos, han hecho de mi experiencia de vida, un deleite para mi observador interno, nunca una obra terminada, sí en constante transformación.
“Libros, personas, cursos, formaciones, experiencias nos llegan cuando estamos verdaderamente preparados para recibirlos”…
(Leído por ahí).
Por Adriana Romero – De Lille