El arte es el dolor hecho luz.
Nietzche
La primera vez que me invitaron a un encuentro de Clown, tuve la sensación de haber sido ofendida, me dije: “esta mujer que me está haciendo la invitación ¿cree que soy payasa?”… A más de 10 años de ese momento, me doy cuenta de que lo que en realidad sentí muy profundamente fue: “si la gente sabe que soy torpe y tonta, no me van a aceptar”.
El trabajo del Clown es el de validar la neurosis, el darme dignidad para existir con mi torpeza, con esa parte tonta de mí, que tiene tanto amor, tanta espontaneidad aplastada, y que me da la posibilidad de legitimar el derecho de ser como soy.
No es que se trate de tirar la vergüenza por la ventana y hacer “payasadas”, se trata de retomar la energía de mi niña en los momentos en que mi psique adulta lo necesite, dejar de tomarme tan en serio, vivir desde la alegría y preguntarme todo el tiempo: ¿qué gano con esto?
En cada propuesta de Clown hay una creación, un espacio que me sumerge a la profundidad de mí misma, donde habita un bosque en el que no hay norma, todo está permitido, y asusta. Asusta ver tanta libertad, tantas posibilidades, en un mundo en el que el amor está prohibido, y las guerras se llevan a cabo a la luz de todas las normas, e incluso con códigos que llaman “de honor”. Nos hemos hecho la guerra por miles de años, primero a nosotros mismos, y luego, no podemos quedarnos con nuestra propia miseria, queremos hacer que otros paguen, y no muchos lo van a querer pagar… y ahí nos quedamos solos.
Claudio Naranjo dice: “La puerta del paraíso sólo se abre desde adentro”… nadie nos va a quitar ese dolor, el que vivimos de niños cuando fuimos poco a poco cubriendo nuestra inocencia, ternura, naturalidad y gozo, y nos rendimos ante la exigencia del cumplir, complacer, asegurarnos un lugar en la sociedad. Ese proceso nos alejó de amar, de amarnos completos y de amar al otro, envueltos en una absurda lealtad por las normas. Sufrimos mucho por no amar, más que por no ser amados.
Me gusta llamarle al Clown un encuentro. No es un taller, es un reencuentro con mi niña interior. Después de un encuentro de Clown me voy sensible, conmovida con mi corazón de niña, sintiendo mucha ternura por mí misma, mucha suavidad, dulzura, como si me pusiera un freno a la velocidad a la que siempre voy, y reduzco considerablemente mi autoexigencia.
Recuerdo, en uno de esos encuentros, hicimos un ejercicio con los ojos cerrados, y en un instante fui a un momento en el que bailaba con mi papá, quien murió hace 6 años. Se me abrió una llave de llanto viejo, lágrimas atrasadas, por años contenidas. Su partida está acomodada de forma serena en mi corazón, aunque aún lo extraño. Lo que viví en el ejercicio fue un momento en mi graduación de secundaria, en el que mis papás estaban en una guerra tremenda. Yo me mandé a hacer un vestido muy sencillo, y recordé muy vívidamente que mi papá no estuvo ahí, todas mis compañeras bailaron con sus papás y me hubiera gustado mucho que mi madre se parara a bailar conmigo, pero en su propio dolor, no tuvo la fuerza de hacerlo. Yo me quedé parada, añoraba que mi papá estuviera ahí para bailar conmigo, y mi alma pudo decirle simplemente “te extrañé mucho papá…».
Pude elaborar ese momento difícil de aquel entonces, y con mucho dolor, toqué con la sencillez y la ternura. También apareció vergüenza al ver a mi niña ahí, sin nadie que le dijera que estaba bien sentirse así. Y la lucha, que por años viví, de haberla expuesto a cosas que no le tocaban. Pude hablar con mi niña y decirle “ya no puedo ir a cuidarte ahí cuando tenías tanto miedo, pero ahorita te protejo y te cobijo, desde la adulta que soy”.
Siempre se cierra celebrando, un encuentro de Clown celebra la verdad, la luminosidad de las grietas del alma, el ser, como dice nuestro amado Alain Vigneau: “personitas rotas” en busca de vivir con dignidad, todo lo que somos, y celebrarnos auténticos, verdaderos, torpes y completos.
Por ahí se leyó en un grafitti, que “El problema es que la solución eres tú”. Eso es lo que el Clown ofrece una y otra vez en sus procesos, introducirnos en esas profundidades, para encontrarnos y “dejarnos en paz un poco”, nuevamente citando a Claudio Naranjo.
“Nunca es tarde para tener una infancia feliz, y la segunda vez sólo depende de ti.”
Chaplin
Por Adriana Romero