El quinto módulo de Arteterapia dedicado a la escritura como mediador, me llevó a descubrir de manera insólita los vestigios limitantes de una educación formal estructurada, castrante, sistemática y rígida que aún me persiguen, además de invitarme a reflexionar sobre el sistema educativo que ha pretendido homogeneizar la enseñanza y por tanto los procesos creativos. Sin pelearme ni entrar en conflicto, pude reconocer que no sería posible en 16 horas de trabajo derribar al menos 30 años de educación restrictiva, pero sí iniciar el cambio.
Me sorprendió que bajo la instrucción: «recuerden sus primeras experiencias con la escritura y la lectura», pude retroceder en el tiempo y mirar que estos 2 procesos han sido más bien perturbadores para casi todos; el dicho «la letra con sangre entra» ha tenido impacto profundo en nosotros. Pareciera a simple vista una consigna inofensiva, inocente, ingenua; pero vaya que despertó memorias dolorosas en la mayoría de los participantes. Bastaron algunas respuestas honestas para dar paso a un entramado de historias, algunas conmovedoras, otras desgarradoras que me hacían reflexionar sobre nuestra iniciación al mundo de las letras.
«Mi abuelita me leía cuentos»… «Para qué escribir si las mujeres se casan»… «Tonta, mensa, tú no sirves para eso»…
Tanto los cuentos leídos por las abuelitas como las frases desvalorizantes sobre las mujeres me llevaron a contactar con la sorpresa, la compasión, el terror y la empatía mientras escuchaba con atención las historias que hasta ese momento creía ajenas a mí. Pensé para mis adentros: no me fue tan mal; recordé con añoranza a mi maestra de caligrafía que me introdujo a las bolitas y palitos que eventualmente se convertirían en el código para comunicar al mundo mis ideas y experiencias, sin embargo, el veinte estaba por caer.
La primera sesión finalizó entre lágrimas, risas, enojos… todo debido al inocente cuestionamiento propuesto por Zulema Moret a quien nombré para mis adentros «revolucionaria poética» pues durante el fin de semana hizo una serie de -provocaciones- invitándonos a reflexionar, cuestionar, analizar y revisar nuestra capacidad tanto de improvisación, de creación, de deconstrucción y sobre todo de libre expresión. A estas provocaciones, algunos autores le llaman «consignas», otros «estímulos», pero ella prefirió llamarles «pre-textos»…
Hay pretextos musicales, teatrales, corporales, lingüísticos… todos con una finalidad: producir transformaciones. Ya que cada pretexto refleja algo de nosotros, de nuestra historia, de lo vivido, se convierten en los medios para que nos atrevamos (de una forma no tan arriesgada) a montar en escena nuestro sufrimiento, dolor o conflicto. Así, la escritura y claro, también el movimiento, el teatro, el cuerpo, la plástica, se convierten en aliados para descubrir (emulando una radiografía) lo que habita en cada uno, eso que se encuentra encubierto, escondido, inconsciente.
Asumí que el objetivo del módulo era utilizar las palabras (incluyendo sus sonidos) para expresar, sin juicios y sin críticas. Comprendí (gracias a las recomendaciones de algunos autores por parte de la facilitadora) que el interés creativo debe centrarse en el individuo que se expresa, que se alivia, que goza al hacerlo y que, lo importante es la expresión del ser y no su obra terminada. Sólo por el placer y el goce de crear, promoviendo el flujo creativo, tan agobiado, reprimido, acallado, para que finalmente conectemos con la libertad para convertirnos en transgresores de lo interno, de lo íntimo para que eventualmente lo hagamos con lo externo, lo público. Así, nuestra creación se convierte en el espacio de libertad para persistir (o al menos insistir) en la revolución interior, pues aquello que nos permitamos hacer en nuestra creación, también nos lo permitiremos en lo cotidiano.
Reencontrarme con la sensación de libertad, de poder redactar (incluso estás líneas) sin miedo, sin el temor de que estén bien o mal, que agraden o no; sólo por el simple hecho de plasmar mis experiencias y compartirlas fue el regalo que trajo consigo el módulo en el CAE Puebla. Pude mirar al hipercrítico interno, observarlo y tomar conciencia de él para que no sabotee lo que se produce a través de mí. Noté que en ocasiones mi proceso creativo está más bien situado en el resultado, en la meta o en el producto y no en el proceso; esa conciencia me otorga la libertad de crear sin pretensiones, gozando y disfrutando del camino, no sólo en la creación de textos, sino en la pintura, en la confección de ropa, en el movimiento, en mi práctica psicoterapéutica, pero sobre todo en la vida misma.
Aplaudo y agradezco el amor y gentileza de nuestra guía en este recorrido, sus formas de enseñar y acompañar. Alguien dijo que Zulema era muy espléndida con sus conocimientos y no se equivocó. Reconozco con agrado que cada uno de los facilitadores me ha inspirado; ya sea por su técnica, sus procedimientos, su cualidad humana, sus estrategias; cada uno ha sembrado semillas en mí que sin duda germinarán y florecerán en esta tierra fértil.
Por Psic. Saúl Carro
Psicoterapeuta Gestalt.