Desde que escucho la frase se me dibuja una sonrisa, cargada de buenos recuerdos, de la repetición una y otra vez de la actuación tan tonta y tan sencilla y a la vez tan difícil y complicada.
Este ejercicio es de los primeros que hacemos en la terapia de clown. Pareciera un juego muy divertido, y es muy divertido, causa mucha risa por la torpeza de representación, y así empezamos a mostrarnos.
¿Cómo es posible que de algo tan simple salgan rasgos tan profundos de mi personalidad?
¡¡Es que estamos cansados!! Aparece un cansancio “cuando se apagan las luces del escenario de la vida cotidiana. Cuando uno, en su soledad, se va quitando el maquillaje del personaje de la vida social, profesional o familiar, y suspira, percibiendo de forma difusa cuánta energía ha gastado durante el día para parecer un excelente profesional, un padre riguroso, una buena y amorosa esposa, una persona inteligente, amable, segura y eficiente, que corresponde a la norma y cumple con todos los requisitos que se esperan de ella…”
Y sin querer, va apareciendo el niño, la niña que todos llevamos dentro, “vigente en su totalidad”. A veces Alain pregunta al público, ¿qué edad tiene ese niño que está ahí? Es el adulto el que está actuando y el que aparece es su niño interno. No lo podemos anular, posiblemente durante muchos años estuvo aplastado, encerrado, pero aparecen las circunstancias como si se estuvieran viviendo en ese momento, “como una marca en la piel de un árbol o una vieja herida mal cicatrizada”.
Abrazamos a ese niño, lo cobijamos, vamos curando sus heridas, le tenemos ternura y compasión.
Esto logra el trabajo del clown, lo vamos probando de a poco, es algo inusual sentirte tan ligero, sin tener que aparentar nada, es raro. Y se va sintiendo alivio, bienestar, siempre con el acompañamiento de la sonrisa y el buen humor.
Si no me crees, ven a probar, no pierdes nada (¡sé que ganarás mucho!).
¡¡Bendito clown!!
Por Pamela Walls