¿Te ha pasado que una persona está diciendo algo con palabras, y su cuerpo “dice” lo contrario?
Los seres humanos, nos comunicamos en estas dos vías: la comunicación verbal y la no verbal. Las palabras vienen de un centro más bien racional, muchas veces “controlado”, organizado, planeado, condicionado. Sin embargo el mensaje del cuerpo, que es básicamente gestual, postural y de movimiento, “miente mal”, como diría Tomas Motus.
Con el cuerpo hablamos desde el inconsciente, traicionando la voluntad de la imagen que queremos dar. El cuerpo no miente, su lenguaje nace desde nuestro más profundo ser emocional e instintivo. Y por lo mismo, es un lenguaje universal, hablado y comprendido por toda la humanidad.
Desde niña me encantaba bailar, actuar y cantar. Lo hacía con la mayor naturalidad y pureza, sin esfuerzo, sin complicaciones. Hasta que llegó el día en el que me vi en los ojos de otros, y escuché las palabras de otros, cuando se burlaban de mis bailes, mis juegos y mis cantos… recibí los juicios externos como una cuchillada en mi centro, en mi “soft point” como dice Pema Chödrön. Tendría unos 5 o 6 años, en realidad no puedo saber a ciencia cierta qué edad tenía, porque esto no me lo contó nadie, lo recuerdo como una de esas escenas que quedaron impresas en mi alma. Estaba en la sala de mi casa, con mi abuela María Luisa, escuchábamos el radio, había una melodía clásica y nos pusimos juntas a bailar “ballet”, o lo que para nosotras era natural hacer con nuestro cuerpo, que respondía a las notas y la rítmica que inundaban nuestro espacio. Ella y yo estábamos felices, reíamos, jugábamos y nos sentíamos conectadas, no sólo la una con la otra, sino con nuestra vida, nuestro deseo, creatividad, gozo y amor.
De la ventana escuchamos entrar unas risas y comentarios de burla. Y fue como sentir doblarse la realidad en dos. ¿Cómo podía ser que un momento tan lleno de magia se rompiera tan fácilmente? ¿Por qué fuimos (somos) tan frágiles? ¿En qué momento se puede convertir en vergüenza lo que viene de un lugar tan amplio?
Todo conflicto se refleja en el cuerpo y el movimiento. Reprimimos lo que es rechazado por nuestro entorno. Me volví una niña muy cohibida y avergonzada. Empecé a bailar sólo cuando nadie me veía, dejé de cantar.
Creo que esta es una experiencia que podría haber vivido una gran parte de la humanidad, o similar a esta. Pero también las experiencias de abuso (de cualquier tipo), rechazo, humillación, abandono o discriminación, se reflejan en el cuerpo y en nuestra comunicación no verbal.
Tenemos un radar de alertas emocionales, que asocian la experiencia presente, con nuestras experiencias del pasado, el cuerpo lo recuerda, y revive esa emoción como si fuera ahora mismo. La danza terapéutica, o el movimiento terapéutico persiguen la integración psicofísica de cuerpo-mente-emoción-pensamiento de la persona, nos da posibilidades para descubrir, expresar, resignificar, crear y sanar. Nos invita a ampliar el vocabulario de los movimientos ante la vida, de integrar nuevos comportamientos, soluciones, posibilidades ¡desde donde estés! Se puede empezar desde la parálisis, la neutralidad, la pausa, y desde ahí, dejar que algo se haga a través mío. La danza o el movimiento potencian la creatividad y conectan con el mundo simbólico que es la puerta hacia la transformación, nos devuelve la dignidad y la presencia ante la vida.
Rudolf Laban, considerado el creador de la Escuela de Danza Moderna de Europa, realizó un gran trabajo en el Análisis del Movimiento en relación al espacio. Él consideraba el movimiento como “parte integrante e inseparable de la existencia misma del ser humano”, cuerpo, mente, emoción y pensamiento surgen en el espacio de movimiento y nos habla de cómo nos relacionamos con todo y todos los que nos rodean.
¿Qué es lo que se mueve? ¿Cómo se mueve? ¿A dónde se mueve? ¿Con quién/qué se mueve? ¿Qué pasa cuando se mueve? Estas 5 preguntas integran lo que se conoce como “La Estrella de Laban” y nos abre un universo de posibilidades de exploración de aspectos de nuestra psique, sobre las cuales podemos hacer una inmersión profunda al trabajar con polaridades, descubrir que existen esos polos en nosotros mismos, mirarlos, ver cómo se relacionan, y sólo después de haber hecho esa exploración, pensar en integrarlos.
La primera vez que estuve en un espacio de movimiento terapéutico, recuerdo el miedo que sentí de exponerme a la experiencia de mi infancia, sin embargo, cuando vi a todas esas personas moverse con total libertad, en un espacio contenido, seguro, lleno de autenticidad, me fui poco a poco, dando permiso de experimentar… ir probando y…. recordando lo que era esa libertad. Conforme fui avanzando en mi formación y mi proceso personal, me fui encontrando más y más en mi cuerpo, integrando mis partes rotas, mi obscuridad, mi pasión, mi luminosidad, mis limitaciones y mis potenciales.
El movimiento o la danza terapéutica nos llevan a la expansión y liberación, suceden de manera espontánea, sorprendente, enriquecedora. Nos regalan un viaje hacia soltar lo que ya no nos es útil en nuestra realidad actual, pudiendo quedarnos con lo esencial, lo nutritivo, lo real.
“La danza es la lengua oculta del alma”
Martha Graham.
Por Adriana Romero