“Una generación llena de padres profundamente amorosos
Charles Raison
cambiaría el cerebro de la próxima generación y, con eso, el mundo”
Cuando uno es adolescente cree que todo puede ser mejor, que se puede cambiar nuestra vida, nuestro entorno, nuestro país y el mundo entero. Tiene toda la energía que nos dan la juventud, las hormonas y los restos de inocencia que todavía nos quedan de la niñez.
Laura Gutman dice que nuestra adolescencia es un segundo nacimiento, una segunda oportunidad de desplegar todo eso que vinimos a ser en este mundo, ese Ser esencial que tenemos dentro y que no se nos permitió desarrollar siendo niños.
La cultura, las infancias desamparadas que a su vez han tenido nuestros padres, la falta de información y determinadas vivencias extremas nos hicieron, de niños, tener que reprimir y enviar a la sombra muchos aspectos de nuestro Ser esencial para ser aceptados y queridos por nuestros adultos de referencia. Desplegamos verdaderos mecanismos de supervivencia emocionales y, así, fuimos desarrollando un personaje que nos camufló, nos protegió de niños y nos ayudó a sobrevivir. Hasta hoy.
Y este personaje que aún nos acompaña, ahora nos quita vitalidad, nos ata y no nos permite ver los discursos engañados con los que hemos estado viviendo. Pero, por sobretodo, nos aleja de nuestros deseos más profundos, de nuestra esencia más sutil y del niño amoroso y lleno de ilusiones que alguna vez fuimos y que sigue viviendo en nosotros, solo y olvidado.
Cuando devenimos padres o tenemos niños cerca, llega una nueva oportunidad, como un tercer nacimiento. Los niños nos traen la posibilidad de vernos de nuevo en nuestro Ser más profundo, nos espejan la esencia de lo que alguna vez fuimos y guardamos en un rincón de nuestro interior. No es fácil, porque tendríamos que deshacernos de nuestros personajes para poder vernos y sentirnos en toda nuestra desnudez y, así, poder verlos y sentirlos a ellos.
Pero si cedemos, si soltamos las creencias y la necesidad de poder, si nos entregamos a la fusión emocional con nuestros niños y confiamos en la grandeza de estos pequeños maestros, si abrimos nuestros corazones a ellos y a nuestro niño interior, podríamos criar una generación de personas más amorosas, más empáticas, que amen espontáneamente al prójimo y que desplieguen su Ser esencial sin condicionamientos.
Y esto sí que es cambiar el mundo.
Ésta es la única revolución que nos queda: quitarnos las máscaras y entregarnos a amar.
Por Karina Donantueno