En el CAE dos veces al año se abren las puertas a personas de distintas partes del mundo que durante 4 días de trabajo intensivo en el Entrenamiento Internacional de Clown Esencial, se embarcan en una aventura timoneada por el maestro y guía Alain Vigneau. Hablamos idiomas distintos, procedemos de culturas y husos horarios opuestos, aún así, logramos en cada momento, encontrar y despertar lo que nos hermana, lo que nos hace sentir iguales.
Dentro de la gramática de juego Clown, diseñada por Alain, uno de los elementos principales es el poder de la representación:
«El Clown no imita, ilustra con su imaginario y dice: Os cuento que..”
Gracias al poder de la representación es posible encontrar el permiso para ponerse al servicio del otro, accediendo al propio imaginario para ilustrar un mundo invisible, hecho de los sabores de la infancia, hecho por los niñas y niños que dejaron de jugar pero nunca dejaron de querer hacerlo, pues en cuanto el adulto se pone la nariz encarando al púbico, es posible ver sus ansias por contarle sobre su visión de la realidad, y más que el afán de entretener o divertir nos topamos con la parte de la persona que desea una conexión real con el otro para sentir la pertenencia, la aceptación del mundo.
Por ello en este juego la nariz roja del payaso, a pesar de ser una máscara, es similar a la nariz del reno de Santa Claus, alumbra en las tinieblas el vuelo de quienes buscan ofrecer al público/al mundo, un clown lleno de esencia, lleno de imaginario, vitalidad, autenticidad, presencia y disposición. En palabras de Alain el Clown Esencial es como un “líquido revelador”, sin embargo no hay que olvidar que este proceso de desvelar la esencia de la persona, consiste también en atravesar las capas entre el Ser y la personalidad, “despegar la sanguijuela del ego” para poder respirar un poco y no es fácil, todo el grupo tiene que hermanarse para que cada individualidad pueda atravesar sus infiernos. Es en estos caso que el poder de la representación se manifiesta, llegamos a servir de padres o madres, de viejos amantes, representamos heridas, acompañamos con cantos, abrazos y pasamos los kleenex.
Cualquier persona se intrigaría al ver las posiciones que adoptamos, el arrastrarnos a la tierra, el balanceo entre la mente y el corazón, los bailes, las posiciones fetales, las verticales inertes, los golpes añejados del abuso, las patadas autodefensivas, gritos, lamentos, risas. Todo lo similar se junta para formar un juego de espejos, de simbolismos y significantes que nos hablan en un lenguaje que las palabras representan a medias, pero el alma, el cuerpo, y las lágrimas lo entienden muy bien. La esencia se alivia de sentirse acompañada, comprendida y comprensiva; el cuerpo mediante la identificación, el recuerdo, la memoria celular, incluso el poder de la representación puede reflejar y sentir lo que percibe afuera, benditas neuronas espejo. Las lágrimas fungen como depuración, purificación, entonces somos permeables, nuestros ojos que a veces son jueces de millones de cosas se convierten en ríos de los que brota la pureza de su función ver afuera lo que hay adentro, ver que el otro es también yo mismo. Después de pasar por el reconocimiento de nuestras sombras, regresamos a la nariz y el Clown Esencial de la persona aparece desde lo más profundo al encuentro con el público mostrándose ante el mundo con todo lo que es, con sus luces y sombras, los cuerpos se expanden, las risas estallan y
«cómo lloramos reímos hasta que un día sin darte cuenta, vas caminando por la calle y doblando la esquina y te encuentras a Papá Noel”.
Alain Vigneau
Por Mariana Salgado